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Con todo el esfuerzo que pudo acumular. Meliodas finalmente consiguió ponerse sobre sus rodillas, tomó aire para prepararse para lo que estaba por venir y luego se dejó caer hacia atrás consiguiendo liberar el alma de la humana, la cual, se alejó rápidamente apenas tuvo la oportunidad y no se detuvo hasta estar del otro lado de la cueva en la que ambos estaban. Al ver esa acción, el demonio de ojos rojos desvío la mirada incapaz de sostenerle la mirada a esa mujer de cuerpo etéreo.

El silencio que apareció entre ambos después de aquel incómodo momento duró mucho tiempo. Tal vez horas, días, ¿podrían haber sido semanas?

Elizabeth no lo sabía, no era capaz de distinguir el tiempo estando muerta, cuidando cada movimiento de la bestia encadenada y sintiendo vergüenza cada que descubría al ángel maldito mirándola fijamente. Estaba enloqueciendo, de nuevo, ¿los muertos podían enloquecer?

No lo sabía, estar encerrada con ese hombre la estaba haciendo considerar muchas cosas que antes no consideraba. Sentía algo, cualquiera que supiera lo que pensaba y sentía la iba a considerar una loca por considerar la posibilidad de sentir pena por un ser tan retorcido y malvado, pero sea cual sea la razón de lo que estuviera pasando dentro de su cabeza luminosa era problema suyo.

El demonio quería saber en qué pensaba la mujer. No era capaz de leer su expresión calmada, pero fría. Se preguntaba porque no hablaba, porque lo ignoraba, porque cada que le gruñía o miraba mal ella no reaccionaba con miedo, al contrario, lo veía atentamente como si sintiera curiosidad de la razón por la que la despreciaba tanto.

El ángel caído sacudió la cabeza intentando con todas sus fuerzas no pensar más en esos ojos de bruja que esa mujer tenía. Concentró todo su cuerpo y poder en el reino de los humanos vivos y empezó a buscar entre la mente de todos esos seres insignificantes que estaban en la palma de su mano.

Caído (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora