—Doctor, lo necesitan en el correccional, ya no puedo postergarlo más, desde el miércoles pasado estoy excusándole delante del juez —concluyó Laura, la secretaria de Gabriel, dándole una mirada furibunda con esos ojos verde esmeralda.
A Gabriel le fascinaba molestarla, pero esta vez debía obedecerle. Tenía que atender a un muchacho que había intentado matar a su padre y estaba detenido en un correccional, pretendía esquivarlo, ya que intuía sería un caso largo y difícil.
Según el expediente policial, el jovencito estaba con la cuchilla en la mano como desorientado y hablaba en "otro" idioma, con lo cual eso era seguramente algún tipo de esquizofrenia. Tomó el saco y se dispuso a salir regalándole una sonrisa a Laura.
—¡Está bien! Me ganaste... Voy a ver al muchacho. Si llama el juez Gonzáles, dile que el caso está en mis manos, que le daré un informe preliminar a la tarde.
Al salir de la oficina, contempló el cálido sol de septiembre que le trajo algunos recuerdos de sus padres en San Luis, se prometió llamarlos al anochecer.
Llegó al correccional. Al ingresar sintió el olor a creolina y humedad que abundan en esos lugares, se lamentó por los jóvenes encerrados ahí. Lo esperaba el viejo director, el señor Alberto Rodríguez, un hombre sesentón, alto, con un semblante lleno de rectitud y aplomo, típico de su trabajo.
—¿Cómo le va, doctor? Usted viene a ver a Lorenzo Bracamonte, ¿cierto?
Gabriel le extendió la mano, sintió un fuerte apretón, eso decía mucho de aquel hombre, seguro y firme.
—Sí, sí... ¿Se puede?
—Claro, sígame. Desde que vino no ha causado ningún problema, es más, es educado y obediente, muy difícil de ver esos rasgos en estos jóvenes.
Gabriel lo siguió en silencio, pasaron por el enlace, había cinco guardias jugando naipes, el sector central lleno de jóvenes conversando, jugando al paddle. Curiosos, algunos reían y decían:
—Ahí viene el loquero.
Otro se mofaba y gritaba:
—A mí deme algo de risperidona o rivotril.
Mientras los guardias callaban a los reos, Gabriel pensaba que solo eran niños, el más grande debía tener unos 16 años. La droga había hecho estragos en la mayoría, eran delgados, con los dientes negros.
Llegaron a la celda 7, estaba Lorenzo sentado en la cama. Era un joven esbelto, delgado, bien parecido, de pelo largo, vestía una camisa blanca y un vaquero azul. El director los presentó y se marchó dejando un guardia en la puerta de la celda.
—Hola, Lorenzo. —Gabriel le extendió la mano. El joven se la tomó y presionó suavemente.
—Hola, usted viene a determinar si estoy loco.
—No específicamente, ¿estás loco?
—No lo sé... Intenté matar a mi padre, eso debe decirle algo, ¿o no?
Gabriel lo observaba detenidamente. Tenía unos ojos profundos de color miel que daban una mirada misteriosa y cautivadora.
—¿A ti te dice algo? —concluyó Gabriel.
—No, no recuerdo bien lo que pasó, solo que estaba con la cuchilla en la mano y mi papá ensangrentado.
—¿Pelearon y tú le pegaste una puñalada?
—No, según me contó mi mamá, agarré el cuchillo y le apuñalé la panza.
Gabriel notó que las manos de Lorenzo temblaban.
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Lazo de Sangre
Science FictionLa eterna lucha del bien y el mal interiorizada en la vida de un niño y su padre. El sacrificio, el amor y el dolor se mezclan para dar forma a Lazo de sangre. Una novela de ficción e intriga que llevará al lector a la magia milenaria, las sectas se...