Capítulo 33

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—Liam, ¿localizó el objetivo? —dijo Chandler observando al canadiense.

—Sí, señor, según el último informe satelital, están en la parte superior de la cascada, no se mueven de ahí, parece que pasarán la noche.

Chandler observó su reloj eran las 15:45.

—¿En cuánto tiempo estima que estaremos en contacto con la carpa?

—Si subimos escalando y cursamos el río, en dos horas y media, señor.

—¡Equipo! —dijo Chandler. El grupo se reunió junto a él de inmediato, excepto Carlos que esperaba la orden de extracción en el helicóptero—. Armaremos el ataque de la siguiente forma: A las 3 a.m. haremos contacto visual con la carpa. Tú, Alexey, estarás a 200 metros en este relieve —señaló en el mapa, haciendo un círculo con el dedo—, si algo se sale de control, nos protegerás las espaldas. Liam y Robert abrirán la carpa, yo localizaré al niño y lo mataré de un disparo y, si llega a haber movimiento, Manoel reduce a un adulto y yo al otro. Y, por amor a Dios, no vayan a equivocarse de niño. Es el más pequeño.

Todos asintieron. Liam tomó la cruz de plata que le colgaba del pecho y la besó; los otros, cabizbajos por el trabajo que les esperaba, pero seguros.

Laurence estaba oculto en una cueva cuando la voz de Uriel lo sobresaltó.

—Es la hora, debes hacerme el favor que te pedí.

Laurence se puso de pie de un salto, tomó la daga que tenía sujeta en la espalda, vestía un jubón de cuero negro y pantalón ajustado a su cuerpo. Miró hacia el desierto.

—¿Qué debo hacer?

La voz del ángel provenía de todas las direcciones de la cueva.

—Ve hacia el templo que viste, destruye todo ser que se te interponga y dentro del templo...

La voz se apagó, por más que Laurence preguntó y preguntó qué debía hacer una vez adentro, nadie le respondió, el ángel se había marchado.

Cuando llegó cerca de la iglesia se agachó detrás de una especie de árbol viejo y gris. Había muchas criaturas, de diferente poder y tamaño, algunos armados con dagas similares a la de él. Ahora Laurence sabía que podían matarlo. «Morir», resonó en eco por su mente. Cuando estuvo a punto de entregarse a que lo asesinaran y que se pudra la petición de Uriel y que se pudran los humanos, escuchó el grito desgarrador de un niño. Laurence volvió a ocultarse y sintió el olor de un alma humana, pensó: «¿Qué hace un niño acá adentro?». Por un momento se acordó de sus alumnos, de los niños del planeta Tierra, lo más cercano a la luz que tenían eran esos pequeños seres y los muy malditos los destruyen.

El grito del niño volvió a sonar y las criaturas se regocijaban, eso colmó la ira de Laurence, se enfureció tanto que la daga de su mano comenzó a iluminarse y fue contra ellos. Mataba a toda criatura que alcanzaba su daga, aparecían por doquier y las ventanas del templo estaban lejos todavía. La espada de una criatura le hirió el hombro derecho, sintió el ardor en su cuerpo, como la energía de su ser se dispersaba, lleno de ira y dolor, arrebató a ese ser y le clavó el arma en su pecho.

Este desapareció en el acto.

Ya no tenía casi fuerzas y los demonios aparecían más y más. Fallaría, como siempre lo había hecho, ni para el bien ni para el mal. Su destino era fallar.

—Otra vez, otra vez —dijo el pequeño Ángel mientras miraba la iglesia abandonada. Se acercó despacio hacia una de las ventanas y observó a muchos monstruos juntos y armados con espadas. Se dio vuelta y vio la silla en el mismo lugar. Apareció detrás de él la sombra con una carcajada siniestra lo tomó de le los hombros y lo tiró en la silla.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora