capítulo 8

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Estaba oscuro, la niebla se levantaba desde el piso cubriendo todo el lugar y, como testigos mudos de la historia, salían del suelo altos mausoleos, lápidas antiguas. Tenía frío, era un niño de siete años en medio de la oscuridad, sentía un olor especial, no feo ni agradable sino extraño. Una sombra grande y difusa en la niebla se levantó delante del pequeño y con voz poderosa exclamó:

—No olvides de dónde proviene tu poder, no olvides tu naturaleza y tu verdadera misión... El eterno error debe terminar y la libertad se debe conseguir a precio de sangre. Vuelve a mí...

El niño sintió cómo una fuerza brutal lo arrastraba al suelo, la sombra se le subió encima, intentaba gritar, intentaba llorar, pero no podía. El abominable ser con una daga, de un color negro profundo, le dibujó una cruz en el pecho, una cruz inversa. El pequeño sintió el dolor del acero en su cuerpo, sentía el barro en su espalda, en sus piernas. Intentó mirar el rostro de la sombra, solo pudo ver los ojos, brillantes, grises, poderosos.

El oscuro rostro de ese ser se le aproximó, como si intentara besarlo. El niño sintió terror, dolor, desesperación. Sentía como si la oscuridad lo llevara a casa. Una rara sensación, como si conociera esa sombra que tanto miedo le daba, como si de alguna forma extraña lo amara.

Laurence se despertó de un sobresalto, sudado, nervioso. Hacía muchos años que no tenía una pesadilla semejante. Él mismo, de niño, en un cementerio. Se bajó de la cama de un salto y arrodillado imploró:

—Padre, aquí estoy, a las órdenes de tu Santa Iglesia, protégeme para acabar con la oscuridad de este mundo y darle al hombre una hora más. Que el sacrificio de tu Cristo no haya sido en vano, aleja la oscuridad que quiere devorarme y dame el poder para vencer en la lucha.

Esa oración debía darle seguridad y protección, pero no, sentía ese extraño olor en su cuarto. Se duchó de prisa, debía encontrar al joven Lorenzo, hacerse con la daga y matarlo. Y, de paso, si podía ver a la joven pareja que casi lo mata, sería mejor, así les daban una revancha, pero esta vez acabaría con ambos. Estaba cansado de la vida que tenía, empezaría a actuar con todo su poder.

Cuando se metió en la ducha se concentró como cuando era un niño en el monasterio, la luz del baño parpadeaba, un hilo de energía azul le recorría desde la cicatriz de su pecho hacia sus manos, sus sentidos se agudizaron. Podía escuchar el impacto de cada gota de agua en el suelo.

Entonces, sintió un pequeño sonido desde el comedor de su hogar y, con una velocidad sobrenatural, se movió como si fuera una sombra para situarse justo en frente de un hombre de pelo cano y aspecto latino que estaba en su sala.

—Maldito Laurence, ¿me quieres matar de un infarto? —El hombre se puso pálido de miedo.

Laurence lo miró extrañado.

—Luciano, ¿eres tú?

—Claro que sí... Me mandó la Orden para advertirte que estás con el objetivo equivocado. Alguien se filtró en las más altas castas para darte información equivocada y hacer que mates a un aliado. ¡Ponte ropa, maldito adonis, que eres precioso hasta para un viejo como yo!

Laurence se ruborizó y de inmediato se fue al cuarto. Mientras se vestía recordaba: Luciano era un joven sacerdote que lo entrenaba en artes místicas cuando él tenía unos 20 años, pero lo que le llamaba la atención es que no podía llevarle más de tres años y el hombre que estaba en la sala tenía 60 por lo menos. Era él, su esencia era la misma, después de invocar su energía era muy difícil que alguien lo engañe. Salió a la sala, el viejo amigo seguía estando allí, sentado en uno de los sillones de cuero.

—¿Qué te pasó, Luciano? ¿Por qué estás tan viejo? Si no debes tener más de 35 años.

El viejo Luciano se rio a carcajadas.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora