Alessandro llegó a la embarcación tipo tres de la tarde, Shamir lo esperaba en proa.
—Era hora, necesito las instrucciones, no me gusta andar paseando por el Atlántico con una bomba de hidrógeno —dijo Shamir con el típico acento árabe. Recibió las órdenes escritas de Leoncio en un papel.
Alessandro se preguntó íntimamente qué llevaba a un hombre como Shamir a hacer semejante locura. No tenía un propósito espiritual, era solo un mercenario. Si mal no recordaba, 100 millones de euros fue el precio por facilitar la bomba y ayudar a plantarla. Él tenía una misión, se sacrificaría sin dudar por la causa, pero este hombre, de unos 40 años, era llevado por la codicia y el odio. Mientras Shamir leía las órdenes, fumaba muchísimo.
Cambió la expresión de su rostro y dijo:
—El precio cambió, el trato era llevar la bomba a un portaaviones y lanzarla desde el aire, no llevarla a tierra...
—Sobre eso —dijo Alessandro—, se le darán 13 millones de euros más, si usted acepta.
—Por ese dinero la cargo en hombros. Venga —hizo un ademán con la mano—, así le muestro el pequeño juguete.
Alessandro hizo un bufido con la boca, decirle "pequeño juguete" a un arma de destrucción masiva le parecía ridículo y cruel. No dijo nada, solo lo acompañó. El pequeño barco tenía todo para la pesca, es más, la tripulación estaba en eso. Eran cuatro hombres que iban y venían sin darle mucha importancia al joven.
Cuando llegaron a un compartimiento de la embarcación, la vio, era un artefacto redondeado de unos dos metros de largo por uno de alto, se veía antigua. Alessandro quiso saber la procedencia.
—¿De dónde viene este artefacto?
Shamir que no dejaba de fumar, lo observó detenidamente, chasqueó la lengua y contestó:
—Es una de las bombas que estaban destinadas a las pruebas en el Atolón Bikini, es del año 56, creada por la ex Unión Soviética. La robaron y anduvo por varias organizaciones terroristas, hasta que la compramos.
—¿Funciona? —preguntó con un tono infantil.
—¿Quieres ver? —se burló el árabe.
—No, no, ¡claro que no! Es que parece oxidada.
—Eso no importa, yo mismo le hice el mantenimiento. Podrá ser detonada a distancia.
—¿Qué alcance tiene?
—Es de 10 megatones, unos 150 kilómetros a la redonda desde el ras del suelo, con una altura de unos 30 metros de alto. En realidad, son dos explosiones nucleares, una debe activar a la otra.
El joven sacó de su portafolio un mapa de la provincia donde vivía el niño. Había un círculo que abarcaba unos 20 kilómetros a la redonda, era la medida máxima a la que había llegado el poder telequinético del chico. Por lo menos a esa distancia se encontró el cuerpo del último asesino y las perturbaciones en la naturaleza llegaron hasta ese punto. Nada era seguro, pero por lo menos lo intentarían conforme a la información que tenían. Señaló el mapa afirmando.
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Lazo de Sangre
Science FictionLa eterna lucha del bien y el mal interiorizada en la vida de un niño y su padre. El sacrificio, el amor y el dolor se mezclan para dar forma a Lazo de sangre. Una novela de ficción e intriga que llevará al lector a la magia milenaria, las sectas se...