capítulo 10

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Laurence recuperaba lentamente el conocimiento. Al primero que vio fue al viejo Luciano, miró para todos lados y preguntó:

—¿Dónde estoy?

El viejo maestro estaba parado a su lado.

—En casa. —Y abrió el gran ventanal del recinto. Del otro lado se veía el pie de una enorme montaña, árboles por doquier, y el dulce aroma de la naturaleza, estaba en el templo de su infancia.

—¿Qué sucedió? —inquirió nuevamente.

—Te dieron una paliza, ese maldito demonio es más fuerte de lo que imaginamos, te dejó inconsciente por un par de días.

—¿Dónde está el traidor? —murmuró Laurence con ira en su voz.

—El viejo zorro escapó antes que llegáramos...

—¿Por qué no me mató? Si tenía cómo hacerlo.

—A esa daga no la puede usar cualquiera. Es un artefacto muy poderoso, en sus manos no se activaría.

—Gabriel no debe saber nada todavía, debí accionar distinto, convencerlos de que el mal habita en su vientre. Quizás pueda acabar él mismo con este rollo.

—Cómo se nota que no eres humano, una de las energías más fuertes que nos dio el creador es el amor de padre a hijo. Cuando se pierde eso, toda virtud humana termina, ¡no mataría a su hijo!

—Pero hay muchos que lo hacen... ¿Por qué sería distinto hacerlo por una causa noble?

—Los que asesinan a sus hijos han perdido la humanidad, y estos dos, pese o no, son humanos, con sus virtudes y defectos, lucharán hasta morir por ese hijo. Y más si tienen ayuda de la misma organización.

—¿Vincent se alió al mal?

—Bajo nuestras narices y no sabemos con cuántos más.

—Debo irme... Debo acabar con esto —dijo Laurence intentando levantarse del camastro.

El viejo lo detuvo diciendo:

—No estás ni siquiera en el mismo continente... Debes entrenarte más, invocar todo tu poder.

Laurence se puso de pie y salió al campo de entrenamiento. Nada había cambiado desde que era un niño: un dulce arroyo pasaba por las orillas del templo, las montañas imponentes, el calor húmedo y el sonido constante de los animales. Todo aquello le trajo recuerdos de su infancia. Atando los cabos en su mente, se dio cuenta de que, de niño, se sentía extraño. Los días pasaban y pasaban, cuando menos se daba cuenta le cambiaban los maestros. Ahora comprendía que 1500 años no eran nada en la vida de un inmortal. No sabía exactamente dónde estaba, pero era en África, por la leve imagen que tenía del satélite cuando se fijó en su correo.

Un lugar de muy difícil acceso, oculto en la selva y custodiado por tribus muy peligrosas. Era accesible solamente por aire.

Recordaba que una vez, de niño, se había escapado por unos minutos del resguardo de sus maestros y se había encontrado con unas personas de un color de piel muy oscuro. Ellos habían intentado agarrarlo y hacerle daño, pero como no le había quedado otra opción, mató a toda una tribu con sus manos. A partir de ello, los indígenas no se acercaron más a la zona del templo. De esto hace más de mil años.

—Invoca todo el poder de lo alto —lo instó Luciano—, imagina que estás frente al mal mismo, a la simiente, la serpiente antigua, el causante del mal en la Tierra.

Laurence intentó pensar en la maldad del mundo, las injusticias, los niños ultrajados por el placer y el vicio, los asesinatos sin piedad, las grandes guerras de la historia, la salvaje devastación del planeta, el maldito orgullo humano. Luego su mente se fue a las sombras, al mal antiguo, a ese ser oscuro que lideraba los instintos más salvajes de lo humano, cómo se regocijaba en el dolor de los seres, cómo hacía un festín con cada gota de sangre inocente derramada.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora