capítulo 19

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A las siete de la mañana Gabriel se despertó, se levantó, se puso unas ojotas e hizo lo que hacía desde que su pequeño se había independizado al cuarto adjunto, de esto ya tres años, contempló a su hijo dormir. Estaba grande, con seis años era todo un hombrecito. Dormía en forma fetal, con su respiración pausada, abrazando la almohada, vestía un pijama del hombre araña, era delgado como él cuando era niño, con la diferencia de que tenía la cabellera rubia y ojos grises. Mientras aseguraba que su pequeño estaba bien recibió una llamada. Al ver que era Yamila su corazón le dio un brinco de alegría. Habían pasado años desde que la vio por primera vez en la playa, pero todavía le hacía sentir esas cosquillas, ese fuerte deseo.

—Hola, perdida, ¿cómo estás? —dijo él alejándose del cuarto del niño.

Hola, anoche llegué de viaje, ¿quieres desayunar?

—¿Cómo que todavía haces esas preguntas? Sabes que puedes venir.

—No sé, me voy por mucho tiempo, ¿y si estás acompañado?

Gabriel sonrió.

—Si es por eso, tendrás que dejar el desayuno para otro momento, porque la compañía que tengo apenas llegues se va a colgar de ti como una sanguijuela y ya no podrás irte de nuevo.

Uy, debe estar enorme... Crecen a pasos agigantados a esa edad.

—Más o menos... Sigue siendo mi pequeño.

Eres un baboso con tu hijo... una buena madre —dijo ella carcajeando, Gabriel también sonrió.

—Y, sí... A falta de una debo ser los dos... Espero algún día tener una compañía bella, que mi hijo quiera y que sea física teórica...

Hola, hola... Se corta... ho...

El teléfono se cortó, Gabriel reía, cada vez que le insinuaba armar una vida juntos, ella con alguna broma huía de la petición.

Miró por el enorme ventanal, unas nubes caprichosas querían acaparar el cielo. Observó el pronóstico en su móvil, probabilidad de tormentas.

Yamila entró a la casa, vestía un jogging de gimnasia con una blusa gris, tenía el rostro cansado y traía facturas con crema como le gustaban al pequeño. Apenas Ángel sintió la voz de Yamila, saltó de la cama y corriendo hacia ella pegó un brinco en sus brazos, la joven lo aupó y lo abrazó fuerte.

—Pequeño, ¡cuánto te extrañé!

El niño sin desprenderse de su cuello le regaló una mirada tierna.

—¿Me trajiste el coco, tía?

Yamila recordó el coco y se lamentó no haber complacido al pequeño, con los grandes problemas que tuvo allá se le pasó por alto.

—Uy, Angelito, me olvidé, pero te prometo que haré lo posible para que me manden uno de allá, ¿quieres?

El niño puso carita triste que duró unos segundos hasta que vio la bolsa con facturas y volvió a estallar en felicidad.

—Papá, ¿puedo tomar chocolate?

Yamila se adelantó a la respuesta de Gabriel.

—¡Claro que sí! Es más, te haré uno espumante para ti y para mí y el viejo aburrido de tu papá que tome "eso que toman los viejos", café creo que se llama.

El niño se rio junto a Yamila. Gabriel intentando parecer serio dijo:

—Claro, lo consientes y luego le agarra desarreglo y el que lo banca soy yo.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora