Capítulo 30

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Al salir de la casa de Gabriel, Lorenzo se puso la capucha y comenzó a caminar rápido por las orillas del lago. Cuando creyó que estaba seguro, una camioneta se salió del camino colocándose a su lado. Bajaron hombres encapuchados, lo tomaron de los brazos y lo metieron a empujones dentro del vehículo. Una vez en la camioneta había un hombre apuesto de ojos oscuros con dos hombres más al lado.

Lorenzo no les temía, sabía que eran de la Orden, que el viejo Vincent los mandaba a matarlo, pero ya no era su problema, su trabajo había terminado, la daga estaba con quien debía estar.

—Soy el oficial Chandler, de la ONU, necesito hacerle unas preguntas.

—¿De la ONU? —carcajeó Lorenzo—. ¿O de mi amigo Vincent?

Chandler sonrió.

—¿Qué quiere Vincent de un joven como tú?

—¿Por qué me haces preguntas que ya sabes las respuestas? Ahorra tiempo y mátame de una vez por todas.

—Para que te quede claro, no trabajamos para el viejo Vincent. Vimos una grabación peleando con otro hombre y dijeron cosas que estamos averiguando, pero dejó en claro ese alemán que no es de los buenos.

—El otro viejo, ¿cómo está? Es mi maestro, se llama Luciano y es de los buenos.

Chandler recordó nuevamente el nombre de Luciano en la carta de Leoncio.

—Parece que está bien, la lucha fue bastante paranormal, necesitamos saber para qué quiere la daga el viejo Vincent y donde está.

—Te lo resumo, la daga es el único artefacto que puede acabar con el demonio que habita el cuerpo de un niño de seis años. Vincent quiere la daga para evitar que eso suceda y el niño por fin se transforme. Yo, junto a Luciano y Laurence, somos de una Orden que intentó acabar con el mal antes que nazca, pero fallamos, nuestra mejor arma perdió. Ahora nos queda esperar que el padre del niño cumpla con su propósito y acabe con el pequeño.

Chandler entendió poco lo que el joven dijo, pero lo suficiente para saber que estaban por el camino equivocado.

—La daga, ¿dónde está?

—En las manos del único que podrá usarla, Gabriel tiene el arma que acabará con la vida de su hijo. Suena cruel, lo sé —dijo el joven mirando sus manos—, pero yo no escribí las normas, únicamente las cumplí en lo que me fue posible.

Chandler miró a los compañeros, estaban tan confundidos como él. Miró nuevamente al joven.

—Están equivocados, ¿creen que un padre acabará con su hijo?

—Deberá entender que no es su hijo, que causó mucho mal y seguirá causándolo, si con seis años casi mató a quien sería la compañera de su padre —el joven intentó recordar—, Yamila creo que se llamaba, y hoy está internada en coma. El niño casi la mata...

A Chandler le subió un calor en el cuerpo, la ira le transformó la cara.

—¿El niño fue el causante del accidente de la joven?

—¡Claro! No dejaría que nadie se interpusiera en su camino, ella sabía de la carta...

—Y tú, ¿cómo lo sabes?

—El viejo Luciano en la cafetería me puso al tanto de todo. En Brasil hubo un altercado donde dos agentes de la ONU murieron de forma misteriosa, uno de ellos se enteró de la carta e intentó advertir a la joven.

Chandler miró a sus compañeros nuevamente.

—Sí, ese fui yo... Cuando encontramos el cuerpo de Leoncio encontré la carta...

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora