1. Russell

50 6 0
                                    

Inu Koi.

Viernes 29 de agosto del 2064.

El sol brillaba en su punto más alto; los inuenses paseaban por las calles sin la más mínima incomodidad por el calor. Inu Koi, la capital del sol, era precisamente conocida por sus altas temperaturas, provocando que la mayoría de los habitantes desarrollaran un carácter fuerte ante todo.

La capital del sol no sólo era famosa por su ardiente clima, también tenía una reputación entre las ciudades vecinas, pues fue ahí donde nació la lucha. No se podía avanzar dos cuadras sin encontrarse con escuelas de artes marciales mixtas, judo y lucha libre cuerpo a cuerpo, siendo ésta última la más cercana a un patrimonio cultural, arraigada a las tradiciones. El sueño de todo joven inuense era convertirse en luchador y ganar en las arenas de combate de alto rango.

Ser un luchador en Inu Koi no era una simple profesión. "Un luchador se forma con años de práctica, disciplina e insensibilidad hacia los rivales, dicen los grandes maestros". Si a un luchador se le ocurría ablandarse durante una pelea, sería considerado débil, cobarde, y sin duda, una vergüenza para el instructor. Es por eso que sólo los hombres -y mujeres- más fuertes tanto física como mentalmente, llegaban a ser honorables luchadores. "Y claro, si bien triunfa, bien le pagan".

.

En una de las arenas de lucha más grandes de toda la ciudad, la arena de Beltrán, se escuchaban los gritos y ovaciones de la gente que apostaba salvajemente por quien ganaría la pelea. Las luchas a "muerte" arrasaban con todos los demás negocios, y sólo los hombres más empoderados podían tener bajo su mando coliseos de gran calidad. Todo un negocio sádico que se mantenía como tradición durante siglos. Cada día, las bolsas de apuestas se llenaban hasta el tope, y las personas con harto conocimiento de lucha se llevaban el mayor premio.

Las trompetas sonaron, anunciando que el combate empezaría en cualquier segundo. La gente se descontrolaba desde las butacas, no les importaba el sobrado calor que iluminaba toda la arena, incluyendo los asientos del público. El ambiente se llenaba de humedad y sudor, pero la sofocación y los golpes de calor hacían la experiencia más satisfactoria y llena de adrenalina.

Desde lo más alto, yacía "El Jefe"; dueño de la arena de Beltrán, sobrado de dinero y de reputación. Su asiento pintado de oro dejaba en claro que él era el que mandaba en el lugar. Un hombre castaño y pálido, experto en los negocios y las peleas, el mejor perfil para un líder de coliseo. Vestía un pantalón oscuro común y una camisa de manga larga teñida de morado con los primeros tres botones desabrochados, marcando su tonificado pecho y dándole una apariencia seductora. Sus piernas estaban abiertas, buscando la posición más cómoda; sobaba su barbilla con sus dedos decorados con anillos de plata, emanando un aire de total superioridad e impaciencia. Era acompañado por dos bellísimas mujeres. -típico de los más poderosos- Una rubia y la otra morena, con atributos voluminosos pero rostros inocentes.

Las puertas se abrieron, mostrando a los primeros luchadores. No tardaron en salir dos jóvenes totalmente desconocidos para los apostadores veteranos. Sus torsos desnudos resplandecían por el ligero sudor que poco a poco se hacía notar. Sólo portaban pantalones de tela cortos muy por encima de sus muslos, dejando al descubierto sus piernas, y emanando con su físico un aire de auténticos gladiadores.

Ambos muchachos trotaron hacia el centro del coliseo; sus rostros de ambición se borraron al oír abucheos por parte del público. Estaba claro que ellos no eran los estelares. El más alto -de cabello negro- hizo una mueca de disgusto y se giró hacia su colega rubio para después escupir.

- Nos harán añicos. -comentó el rubio sintiéndose miserable.

- No digas eso. -respondió el pelinegro. - Sí podemos...

Vehemente [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora