22. Khada

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Existió un pasado que marcó la historia de Gocedonia. Antes de formar el gobierno democrático que tanto caracteriza actualmente a la región, hubo un sultanato... un sultanato que marcó el fin de este, y de su propia dinastía.

El último sultán siempre fue un hombre reservado y misterioso, nunca se sabía lo que pasaba por su cabeza; muchos decían que no era apto para gobernar Gocedonia por su falta de experiencia, sin embargo, durante su mandato la provincia se mantuvo alejado de las guerras mayores. Pero todos tenían razón. La dinastía se quebró, y cuando el gobernante supremo desapareció sin dejar rastro, su esposa huyó. Sin un legítimo heredero, los grupos democráticos revolucionaron la forma de gobierno, comenzando con el movimiento político más importante de su historia. 

Ahora ya no existía la corona... La realeza, los nobles... Tales títulos se extinguieron junto con el último sultán.

Las generaciones pasaron. Pareció que el tema del sultanato se enterró en lo más profundo de la historia. Nadie quería recordar aquellas épocas, todos decían que el último gobernante fue una vergüenza para Gocedonia. Pero entonces, una mujer llamada Sheila apareció. Decía que por sus venas corría sangre real, que el último sultán era su ascendencia directa y que había llegado con el único propósito de convertir a Gocedonia al régimen de antes.

Todos la tacharon de loca. Nadie le prestó atención. Fuera cierta su ascendencia o no, ya no existían tales cosas como la realeza o la corona.

Ella no tuvo más opción que resignarse y vivir una vida común y corriente. Formó una familia y dio a luz a su único hijo: Khada.

Sheila quería que su hijo fuera alguien importante y temerario, tal y como el sultán. Quizá no al grado de someter a toda una sociedad; lo único que quería era que el nombre de familia no quedara en el olvido, y que todos se dieran cuenta que ellos aún existían.

Recibía la educación en casa por parte de su madre; contaba con los lineamientos más estrictos, todo para inculcarle valores y habilidades que lo convertirían en alguien importante y poderoso. Pero cuando Khada cumplió 10 años y le pidió entrar al santuario zarcoísta, ella se molestó.

- ¿¡QUÉ!? -le gritó su madre. - ¿Tú crees que los encantadores son personas importantes?

- Pero mamá... He leído en varios libros, y dicen que si un encantador entrena lo suficiente, puede llamar la atención de los dioses y convertirse en alguien importante... Les llaman ascendidos. ¿No eso eso lo que quieres para mí? ¿El reconocimiento de toda una sociedad? -el niño se asustó con el volumen de su voz.

- Cállate. -Sheila se jaló sus cabellos y contuvo su rabia. - ¿Te crees esa reverenda mentira? Un ascendido no se hace, Khada, se nace. Y si lo fueras, los dioses ya me lo hubieran notificado a través de un sueño, y justo antes de que cumplieras tu primer otoño de vida.

Se llevó la mano a la frente, luego un silencio tormentoso creció entre ambos. Ella suspiró y negó con la cabeza, casi parecía que se iba a romper el cuello. De todas las cosas que debía de soportar en su vida, esta era la peor. Ya tenía suficiente con que la sociedad la invalidara como para que su hijo le llegara con semejante tontería.

- No tienes remedio. -lo miró de reojo. - Tu padre tenía razón... Él me dijo que ibas a ser un inútil, pero yo de estúpida no le creí. Tenía la esperanza de que fueras inteligente, pero ya veo que no.

El pequeño Khada no dijo palabra alguna. Contuvo sus lágrimas y quiso irse, pero sus pies parecía estar pegados al suelo.

- Pero está bien. -se acercó a su hijo y lo tomó del brazo. - Si quieres desperdiciar tu vida así, está bien. No me voy a interponer. Con esto me has demostrado que todos mis intentos por criarte con grandeza no significaron nada para ti.

Vehemente [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora