30. Consumación

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Todo era blanco. Zimbel estaba consciente, sin embargo, no podía ver ni oír nada. La forma en la que el aire entraba y salía por su boca era lo único de lo que se daba cuenta.

Estaba vacío, ni siquiera tenía las ganas de parpadear como una persona normal. Sentía que su vida había terminado, y que ahora le tocaba enfrentarse a la parte más importante de todo círculo depresivo: La aceptación.

A pesar de que aquel lugar era cándido y brillante, el joven encantador observó una corriente de magia dirigirse hacia él. Como si se tratara de una señal de esperanza, Zimbel sonrió y dejó de retener las pocas lágrimas humanas que todavía le quedaban.

Lloró en silencio mientras se acercaba a la luz, y entre sus dedos consumidos acarició lo que empezó a formarse una esfera. A través de ella observó su propia perspectiva, y también, a Russell. Fue testigo de la despedida que él mismo organizó. Escuchó atentamente todas las palabras que le decía, y también sintió ese último abrazo antes de partir.

Pero la impotencia se apoderó de él. Ni siquiera tuvo tiempo de explicarle, de pasar más tiempo a su lado antes de irse. Todo fue demasiado rápido, y eso le quemó por dentro.

- Te amo... -Zimbel rompió en llanto y se dejó caer al suelo sin soltar la esfera de luz. - Te amo tanto, Russell.

Abrazó la magia y la apretó contra su pecho. Poco a poco su dolor se calmaba, al igual que su sollozo. La esfera lentamente comenzó a desvanecerse, provocándole un ataque de impotencia más fuerte. Tensó los músculos de su mandíbula y frunció el ceño desesperado. No quería abandonar el último recuerdo que tenía con el luchador, y mucho menos seguir adelante.

- Por favor, regresa. -su última sílaba se quebró al ver que la magia desapareció.

Su último recuerdo; su última caricia; su último adiós... Todo se desvaneció como polvo.

Zimbel pegó su frente en lo que parecía ser el suelo. Cerró los ojos, y sin dejar de aflojar sus músculos, se rezó a sí mismo. Orando y maldiciendo al mismo tiempo, se menospreció hasta ya no tener ninguna pizca de compasión, ni siquiera por él. Ahora se veía como un maldito; un hereje; un cordero transformado en lobo.

Se levantó por fin del piso y suspiró como nunca. Su piel corroída le ardió, y pareció como si el fuego de sus venas le penetrara los tejidos. Pero a pesar de todo ese dolor, no se inmutó.

Un distinguido olor a hierro se hizo presente en sus fosas, y luego de analizarlo por menos de un segundo, se dio cuenta que era sangre. Desde una distancia pronunciada vio chorrear la sangre como si fuera un canal de agua. Avanzó en contra de la "corriente" y se dio cuenta del origen.

El origen era Khada. Su examante. Quien alguna vez fue la razón de su sonrisa.

Khada yacía inmóvil en el suelo. Se agarraba la cara, y muy leve se oían sus jadeos de dolor. Zimbel se acercó apretando los puños, y sin siquiera dirigirle la palabra, lo tomó del cabello y lo giró hacia su dirección de una forma muy brusca. El moreno se quejó, y no tuvo más opción que apoyarse en el suelo con sus palmas, dejando el rostro que por un segundo le dio escalofríos al menor.

Ahora ya no tenía ojos. Sus cuencas estaban vacías, llenas de sangre y chorreando como si fuera una fuente. Incluso de no poder verlo, Khada sabía que era Zimbel.

- Eres un maldito egoísta. -murmuró el azabache. - Quiero despedazarte hasta dejarte irreconocible.

El castaño no respondió, sólo se quedó en el suelo, conteniendo su sufrimiento. Muy lento volvió a acostarse, y el menor entendió eso como una actitud antipática.

Se molestó demasiado con su excompañero. Avanzó los pocos centímetros que lo separaban de él y se dejó caer encima suyo. Khada jadeó sorprendido, y quiso tomarlo del cuerpo para alejarlo, pero Zimbel le prohibió todo. Le apretó el cuello y empezó a zangolotearlo, haciendo que se golpeara contra el duro piso.

Vehemente [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora