Viernes 5 de septiembre del 2064.
Un nuevo día se asomó por las ventanas del departamento donde vivía Russell. Este abrió los ojos al notar los rayos del sol sobre su rostro, y no tardó en levantarse para empezar su rutina. En cuanto se sentó en el colchón, se sintió aporreado. Frotó su rostro y esculcó la parte derecha de la cama a ciegas, llevándose la sorpresa de que alguien más dormía con él: Leone, lo que le hizo sentir raro. Frunció el ceño y resopló para después dirigirse al baño.
Cuando terminó de asearse, los recuerdos de la plática que tuvo con su jefe hace no más de una semana se hicieron presentes. Le comenzaba a inquietar, y bastante. Russell no dudaba ni un segundo en su fuerza ni determinación, estaba seguro de que ganaría, entreno día y noche sin parar, pero algo en el fondo lo ponía inseguro.
Se volvió a recostar en la cama, esta vez llamando la atención de su compañero, que sin esperar ni un segundo más, se dio la vuelta, cruzó miradas y se acostó sobre él. Russell soltó un jadeo pesado y cerró los ojos. No le gustaba la idea de comprometerse sentimentalmente en una relación, ya que para él sólo eran distracciones que en cualquier momento le ablandarían. Pero Leone no lo veía así, por muy gandalla que se notara, en el fondo sentía atracción hacia su amigo, y no únicamente de manera sexual; sólo que a veces actuaba como si de verdad fuera un hijo de puta.
- Hoy es nuestra pelea. -la voz de Leone resonó en la mente del otro.
- Lo sé. -respondió Russell evitando hacer contacto visual.
- ¿Cómo te sientes? -presionó los brazos del pelirrojo y se colocó encima suyo, prohibiendo que pudiera escapar.
- Sácate.
Russell lo empujó, luego se sentó sobre la orilla de la cama, dándole la espalda. Leone chasqueó la lengua molesto y se levantó sin decir más.
El pelirrojo clavó su mirada en el suelo, volvió a hundirse en sus pensamientos. Varios recuerdos de su vida pasaron por su cabeza; aquello siempre lo hacía cuando estaba cerca de una pelea importante. Recordó cuando apenas era un niño, y su padre le enseñaba a pelear. Hizo una mueca de disgusto al imaginarse todo; la visualización de un Russell adolescente sólo manchaba su orgullo, y no era en vano, ya que de no ser por su padre -un gran y honorable luchador retirado-, estuviera viviendo una vida llena de miedos y cobardías.
Pensó para sí mismo y se perdió en sus memorias. Recordó los años de la escuela, donde apenas tenía doce años de edad y no tenía ni el más mínimo conocimiento de lucha. Era abusado por sus compañeros más grandes; fue golpeado, insultado y acosado por muchos meses sólo por su falta de masa muscular y aquellos ojos "delicados" que hacían de su mirada un poco femenina. En cuanto su padre se enteró de que su hijo no se defendía, le enseñó golpes para mantener a raya a sus acosadores. Y así fue como el niño empezó a cambiar tanto física como mentalmente. Se hizo más duro en cuanto a actitud, y cada que alguien le daba alguna señal de agresión, se defendía con sus puños. Y en unos cuantos meses, el joven Russell se volvió una figura gigante que imponía miedo a quien sea. No existía un día en que no se metiera en problemas. Los reportes y suspensiones de parte de los profesores sólo hacían más feliz a su padre, ya que significaba que el muchacho se estaba convirtiendo en una pura máquina de violencia. Tomó la decisión de inscribirlo a una escuela de lucha para que entrenara de forma profesional, y que su único hijo se convirtiera en un honrado luchador al igual que él. A Russell no le incomodó el cambio tan repentino de ambiente, es más, todo lo contrario, eso hizo que su ego subiera hasta las nubes. Con tan sólo quince años, ya dominaba casi todas las técnicas conocidas, y dejaba inconscientes a sus rivales en segundos. Pasó de ser conocido como "El hijo de Don Pablo" a "El demonio rojo". Se había ganado un título dentro del mundo de la violencia, y así se mantuvo por varios años. Pocos meses después de que su fama creciera en la escuela de lucha, entró quien próximamente se convertiría en su fiel compañero y amante: Leone. El peliblanco canalizaba la misma energía que él, y ambas determinaciones juntas eran dinamita; eso sólo significaba dos cosas: más reputación para ambos muchachos, y más orgullo para Don Pablo, el padre de Russell.

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Vehemente [BORRADOR]
FantasiDesde hace siglos, los encantadores han adquirido conocimiento y poder, al grado de convertirse en individuos importantes dentro de la sociedad religiosa. Zimbel, un joven encantador, está atado a su pasado, dedicando cada segundo de su vida en reme...