(20 años atrás)
Erén, Gocedonia, 2044.
Una noche de agosto, en el tranquilo pueblo gocedonio de Erén, residía un humilde hombre dueño de una tienda de tarot y purificadores artesanales. Soltero; de piel morena y unos ojos azules bellísimos. Recién había alcanzado la madurez y todos los días se levantaba con ánimos para seguir adelante con su negocio.
Abi, un padre viudo, con un hijo de apenas 4 años de edad llamado Karem, en honor a un guardián mitológico que se conocía en los pueblos más alejados de Gocedonia. El niño se parecía en cuerpo y alma a su difunta madre: Ojos grises, piel blanca y dulces hoyuelos al sonreír.
Aquella noche de agosto, Abi estaba terminando de arropar a su primogénito, pero en eso escuchó quejidos en la parte trasera de la tienda. Decidió ir a revisar, pensó que tal vez serían mapaches o algún animal salvaje, ya que era muy común en Erén por ser un pueblo cerca de los valles y bosques. Pero lo que encontró en la parte trasera lo dejó sin palabras: Tres canastas, todas de distintos materiales, y con un bebé diferente. El hombre, pasmado, intentó buscar a alguien que rondara cerca, quería una explicación, pero al no encontrar a nadie, decidió meter a los niños. Ya dentro, alejó las canastas y dejó a los bebés sobre una manta muy gruesa que usaba Karem cuando era más pequeño. Los tres infantes se sentaron y miraron a sus alrededores, raramente ninguno lloró. Dos niños y una niña, distintos; no parecían venir de una misma madre.
El hombre sólo apretó los labios y se rascó la nuca pensativo. ¿Sería esto una señal de los espíritus? ¿De su propia esposa? No sabía lo que tenía que hacer, así que acudió a las cartas. Se dirigió a la mesa donde acostumbra a leerle a los clientes y tomó la baraja de tarot que él mismo había armado por más de tres años. Luego regresó al suelo y se sentó junto a los bebés para vigilarlos.
En eso, Karem bajó sin hacer ruido, estaba curioso, demasiado. No traía zapatos, precisamente para no llamar la atención de su padre. Cuando llegó a la tienda, abrió bien los ojos al ver a tres niños mucho más pequeños que él jugando en el suelo; desde su inocencia pensó que eran sus nuevos hermanos, no le molestó en lo absoluto; lo que sí había despertado cierto egoísmo era que estaban usando su manta, hasta ahí.
- ¿Papá? -se acercó.
- Karem... -Abi levantó para acercarse a su hijo. - ¿Qué haces despierto? Ya es tarde.
- Escuché ruidos y quise ver si la tienda estaba bien.
Sonrió ante la inocencia de su primogénito y le sobó la cabeza para después besarlo en la frente.
- ¿Son mis hermanos? -preguntó.
El moreno tragó saliva y suspiró cabizbajo. No quería mentirle pero tampoco quería decirle la verdad. Se frotó el puente nasal y miró de reojo un cuadro con acabados de oro que colgaba en las escaleras para subir a la casa: Era un cuadro de su esposa. Un brillo se reflejó en los ojos del hombre y sonrió al recordar los bellos momentos que sabía que jamás volverán.
- Sí, Karem. Son tus hermanos. -se agachó de nuevo. - Ahora eres el hermano mayor y tienes que protegerlos.
El niño sonrió entusiasmado y asintió con orgullo. Después se acercó a los bebés y se sentó junto a ellos, quería jugar.
- ¿Cómo se llaman? -la aguda voz del castaño hizo preocupar al moreno.
Abi se sentó junto a ellos y clavó la mirada en el suelo, pensando en algún nombre digno y gocedonio para sus hijos. Observó con detalle los rostros de cada uno e intentó descifrar sus futuros.

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Vehemente [BORRADOR]
פנטזיהDesde hace siglos, los encantadores han adquirido conocimiento y poder, al grado de convertirse en individuos importantes dentro de la sociedad religiosa. Zimbel, un joven encantador, está atado a su pasado, dedicando cada segundo de su vida en reme...