PRÓLOGO (1)

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Londres, 1815

—¿De verdad pretendes arrebatarle la amante a tu mejor amigo?

Alex Vause, sexta marquesa de Gayson, mantuvo los ojos fijos en la mujer en cuestión y sonrió. Quienes la conocían bien sabían lo que significaba esa mirada.

—Por supuesto que sí.

—Ruin —farfulló Fahri—. Eso es caer muy bajo, incluso para ti, Al. ¿No te basta con ponerle los cuernos a Sinclair? Ya sabes lo que siente Adam por Pipes. Lleva años enamorado de ella.

Alex se quedó observando a lady Chapman con mirada experta. No tenía ninguna duda de que la mujer se adecuaba perfectamente a lo que ella necesitaba. Era guapa y escandalosa, ni intentándolo encontraría mejor esposa para ella, o una que pusiese más furiosa a su madre. Pipes, que era como la llamaba cariñosamente todo el mundo, era de buena estatura, poseía unas curvas de infarto; tenía un cuerpo hecho para dar placer. La rubia viuda del conde de Pelham desprendía tanta sensualidad que causaba adicción, o eso decían. El estado físico y anímico de lord Pearson, el antiguo amante de lady Chapman, había empeorado mucho desde que ella puso punto final a su relación.

Alex comprendía a la perfección que cualquier hombre se deprimiese al perder sus atenciones. Piper Chapman brillaba como una piedra preciosa bajo la luz de la enorme lámpara de araña que presidía aquel baile de máscaras. Pipes era una joya y valía hasta el último chelín de su elevadísimo precio.

La vio sonreír a Adam con aquellos labios gruesos, exagerados para los dictados de la belleza clásica, pero perfectos para rodear el miembro de cualquier hombre y si se podía el suyo. Muchos pares de ojos masculinos desperdigados por el salón la observaban, anhelando el día en que Pipes dirigiese su mirada de color zafiro hacia ellos y eligiese entre ellos a uno como su próximo amante. A Alex le daban lástima, pues ella era una mujer extremadamente selectiva y sólo se quedaba con un amante durante años.

Ya hacía dos que llevaba a Adam atado con una correa muy corta y no parecía que estuviese perdiendo interés por él. Pero ese interés no llegaba tan lejos como para que se aviniera a contraer matrimonio.

En las contadas ocasiones en que el vizconde le había suplicado que se casase con él, Pipes le había rechazado aduciendo que no tenía interés en volver a pasar por el altar. Alex, por su parte, no albergaba ninguna duda de que podía hacerla cambiar de opinión.

—No te sulfures, Fahri —murmuró—. Todo saldrá bien. Confía en mí.

—No se puede confiar en ti.

—Puedes confiar en que te daré quinientas libras si te llevas a Adam a la sala de juegos y lo alejas de Pipes.

—Está bien. —Fahri se irguió y tiró de su chaleco hacia abajo, a pesar de que ninguno de los dos gestos sirvió para disimular su abultado estómago—. Estoy a tu servicio.

Alex sonrió y le hizo una leve reverencia a su interesado amigo, que se fue por la derecha mientras que ella seguía caminando por la izquierda. Lo hizo sin ninguna prisa, por los bordes del salón, abriéndose paso hasta su objetivo. Avanzó despacio, esquivando a las madres de las distintas debutantes que se interpusieron en su camino. La gran mayoría de los nobles solteros reaccionaban a esos encuentros sin disimular la expresión de hastío, pero Alex era tan conocida por su encanto como por su mala reputación. Así que aduló descaradamente a todas esas damas, besó unas cuantas manos y dejó a todas las mujeres que se encontró a su paso convencidas de que algún día iría a verlas para proponerles matrimonio.

Miró con disimulo a Adam en un par de ocasiones y vio el momento exacto en que Fahri conseguía llevárselo de allí; justo entonces, aceleró la marcha y cogió la mano enguantada de Pipes para besarle los nudillos, antes de que cualquiera de sus ávidos admiradores pudiese alcanzarla. Cuando Alex levantó la cabeza, vio que ella le sonreía.

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