Capítulo 11

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—¿Qué he hecho?

Aunque Alex oyó la pregunta susurrada por Pipes, mantuvo los ojos cerrados y se fingió dormida. La cabeza de ella descansaba en su brazo y tenía la curva de las nalgas presionada contra su cadera. El aire que las rodeaba olía a sexo y a flores exóticas, lo que para ella era como estar en el cielo.

Pero era evidente que para su esposa no.

Piper suspiró desolada y presionó los labios contra la piel de Alex. La necesidad que sintió ella de abrazarla fue casi insoportable, pero logró resistirla. De algún modo, tenía que resolver el misterio que era Pipes. Seguro que en algún lugar estaba la llave para abrir su corazón, lo único que tenía que hacer era encontrarla.

Había intentado negociar con ella para que le fuese fiel... Porque eso era lo que Piper había hecho. Alex se sentía halagada y emocionada, pero por encima de todo, sentía curiosidad por saber los motivos que la habían empujado a hacerlo. ¿Por qué no le había pedido directamente que no la engañase? ¿Por qué había llegado al extremo de decirle que la abandonaría si lo hacía?

Hasta entonces, ella no sabía lo que era serle fiel a una mujer. A veces, sus necesidades eran muy intensas, como le había sucedido ese mismo día y, aunque era cierto que había mujeres que servían para esos menesteres, también lo era que otras, como su esposa, estaban hechas para que se les hiciera el amor.

No le hacía falta abrir los ojos para saber que en el fragor del encuentro sus dedos habían dejado marcas en el cuerpo de Piper. Si la sometía a ese trato demasiado a menudo, seguro que ella terminaría por tenerle miedo y eso sí que no podría soportarlo.

Pero por el momento Pipes era suya y le había prometido que se quedaría en su cama, con lo que había ganado algo de tiempo para investigar. Alex necesitaba saber más cosas sobre su esposa para ver si así lograba entenderla. Porque, si la entendía, sabría hacerla feliz. O eso esperaba.

Aguardó a que ella se durmiese antes de salir de la cama. Aunque quería quedarse con ella, tenía que ir en busca de Spencer e intentar explicarse. Quizá su hermano lo entendiera o quizá no, pero ella no podía permitir que la situación entre los dos siguiese como estaba.

Soltó el aliento. Todavía estaba acostumbrándose a eso de tener temperamento.

Cuatro años atrás, nada le había importado lo suficiente como para hacerlo enfadar.

Al pasar por delante de un espejo de cuerpo entero, Alex se fijó en su reflejo y se detuvo. Se plantó delante y vio que tenía la marca de un mordisco en el pecho. Se miró la espalda y observó que estaba llena de arañazos, igual que un costado. Justo encima de los glúteos le estaban apareciendo unos morados: las marcas de los talones de Piper cuando le pidió que le diese más.

—Vaya —suspiró, con los ojos abiertos como platos.

Alex había salido tan mal parada del encuentro como ella. Pipes no era una amante pasiva. Había encontrado a una mujer que estaba a su misma altura.

Una sensación maravillosa se instaló en su pecho y de repente se echó a reír.

—Eres una criatura de lo más extraña —dijo una voz soñolienta a su espalda—.

Cuando te veo desnuda, a mí no me entran ganas de reírme.

Alex notó que se le calentaba la piel. Volvió a la cama y, al hacerlo, no pudo evitar fijarse en la marca que habían dejado sus dientes en el cuello de Pipes. Se le aceleró la sangre al verlo. Ella era un animal primitivo, pero al menos era consciente de ello.

—¿Y de qué te entran ganas?

Ella se incorporó hasta sentarse. Despeinada y sonrojada, parecía una mujer a la que acabaran de poseer, y tendría ese mismo aspecto durante el resto de la noche.

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