Caleb y Abby

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Había miles de excusas que podrían explicar por qué Caleb estaba de pie en medio del jardín de los Hammond en plena noche. Pero el verdadero motivo era sólo uno. Y era la mujer que en aquel instante se estaba acercando a él con una tímida sonrisa en los labios.

—Esperaba encontrarte aquí —le dijo Abby, tendiéndole ambas manos, que llevaba sin guantes.

Caleb se mordió las puntas de los dedos de uno de los suyos para quitárselo y poder sentir la piel de ella sin ningún impedimento. Ese contacto tan inocente y tan casto consiguió que le quemase la piel e hizo lo que nunca haría un caballero: tiró de ella y la acercó a él.

—Oh, vaya —suspiró Abby con los ojos abiertos—. Me gusta cuando actúas como un canalla.

—Haré algo más si sigues buscándome —le advirtió.

—Creía que eras tú el que me estaba buscando a mí.

—Tendrías que mantenerte alejada de mí, Abby. Al parecer, en lo que a ti respecta, he perdido el sentido común.

—Y yo soy una mujer a la que le encanta, o incluso necesita, ver que un hombre atractivo pierde la cabeza por ella. A mí nunca me pasan estas cosas, ¿sabes?

La conciencia de Caleb estaba perdiendo la batalla, así que colocó una mano en la nuca de Abby y movió los labios en busca de los de ella. Era tan ligera, tan delgada, pero sin embargo se puso de puntillas y le devolvió el beso con tanto ardor que casi lo tiró al suelo. El suave perfume de Abby se mezclaba con el de las flores de esa noche y Caleb quería empaparse en él, meterse en la cama impregnado de aquel aroma. Esa noche, ella llevaba una ropa distinta, con un precioso vestido de seda dorada que resaltaba sus curvas a la perfección. Ahora que sabía que necesitaba protegerse de los caza fortunas, Caleb entendía perfectamente que Abby sintiese la necesidad de pasar desapercibida y que, para lograrlo, se pusiese vestidos horribles y se escondiese en los jardines.

—¿Eres consciente de cómo terminarán estos encuentros? —le preguntó él en voz baja, tras levantar la cabeza.

Abby asintió. El pecho le subía y bajaba de prisa pegado al torso también descontrolado de Caleb.

—¿Y sabes también cómo no pueden terminar? Hay ciertos límites que, dado mi estatus social, tengo que respetar. Supongo que debería asumirlos con elegancia e irme de aquí, pero soy débil y...

Ella lo silenció colocándole un dedo en los labios, mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa.

—Adoro que no quieras casarte conmigo —le dijo entonces—. Para mí eso es una ventaja, no un inconveniente.

—¿Disculpa? —le preguntó Caleb, atónito.

—Así no tengo ninguna duda de que es a mí a quien deseas, no mi dinero. Te aseguro que con eso me basta.

—¿Ah, sí? —dijo él, atragantándose con las palabras de lo excitado que estaba. Todavía no lograba entender por qué diablos aquella mujer le causaba ese efecto.

—Sí. A los hombres con tu aspecto, las mujeres con el mío nunca les parecen atractivas.

—Idiotas todos ellos. —La convicción de su voz era genuina. Abby descansó la mejilla en el torso de él y se rió suavemente.

—Claro. Por eso mismo es un misterio que los hombres e incluso lady Vause se enamoren de mujeres como tu hermana cuando yo estoy en la misma habitación.

Caleb se puso tenso y se quedó atónito al notar que estaba celoso.

—¿Te sientes atraída por Vause ?

—¿Qué? —Abby se apartó un poco—. Bueno, es innegable que me parece atractiva. Dudo que exista una mujer a la que no se lo parezca. Pero no me siento atraída por ella, no.

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