Capítulo 2

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—No pareces feliz, Piper —le susurró John, conde de Hargreaves, al oído—. ¿Te apetece que te cuente un chiste picante? ¿O prefieres que nos vayamos a otra fiesta? Ésta es muy aburrida.

Ella suspiró sin ganas y esbozó una brillante sonrisa.

—Si quieres irte, no pondré ninguna objeción.

Hargreaves colocó una mano enguantada en la espalda de Piper y la acarició suavemente.

—No he dicho que quiera irme. He sugerido que irnos podría servir para aliviar tu aburrimiento.

En ese instante ella deseó estar aburrida de verdad; tener la mente llena de cosas sin importancia sería infinitamente preferible a que estuviera ocupada por pensamientos sobre Alex. ¿Quién era la mujer que se había mudado a su casa? A decir verdad, no tenía ni la más remota idea. Lo único que sabía era que se trataba de una mujer sombría y muy atormentada por cosas que ella no podía comprender, porque ella no quería contárselo. Y también sabía que era una mujer muy peligrosa. Como su esposa, podía exigirle cualquier cosa que desease y ella no podría negársela.

En el fondo de su corazón, Piper no pudo evitar añorar a la marquesa de Grayson que había conocido años atrás. La joven Alex, siempre dispuesta a burlarse de algo o a hacer alguna temeridad. Aquella mujer era simple y fácil de manejar.

—¿Y bien, Piper? —insistió Hargreaves.

Ella ocultó su enfado. John era un buen hombre y ya hacía dos años que eran amantes, pero nunca expresaba su opinión ni decía lo que él prefería hacer.

—Me gustaría que decidieras tú —le dijo Piper dándose la vuelta para mirarlo.

—¿Yo? —John frunció el cejo, lo que no hizo que resultase menos atractivo.

Hargreaves era un hombre guapo, de nariz aguileña y ojos oscuros. Tenía el pelo negro, con cabellos plateados en las sienes, una característica muy distinguida que sólo aumentaba su encanto. Era un gran espadachín y poseía la figura de un experto duelista. Era un hombre apreciado y respetado en toda la buena sociedad. Las mujeres lo deseaban y Piper no era la excepción. Era viudo y tenía dos hijos, por lo que no necesitaba volver a casarse, y poseía un carácter afable. Piper disfrutaba de su compañía, tanto dentro como fuera de la cama.

—Sí, tú —le dijo—, ¿qué quieres hacer?

—Lo que tú desees —contestó seductor—. Ya sabes que vivo para hacerte feliz.

—Me haría feliz saber qué quieres hacer tú —replicó cortante. La sonrisa de Hargreaves se desvaneció.

—¿Por qué estás tan alterada esta noche?

—Que te pregunte qué quieres hacer no significa que esté alterada.

—Entonces ¿por qué te tomas a mal todo lo que te digo? —se quejó.

Piper cerró los ojos e intentó contener su frustración. Era culpa de Alex que se enfadase con John. Lo miró y le cogió una mano.

—¿Qué te gustaría hacer? Si pudiéramos hacer cualquier cosa en el mundo, ¿qué es lo que te daría más placer?

John relajó el cejo y sus labios esbozaron una seductora sonrisa. Levantó la mano que tenía libre y acarició la piel que quedaba al descubierto entre el guante y la manga del vestido de Piper. A diferencia de las caricias de Alex, su tacto no le quemó la piel, pero sí la hizo entrar en calor y ella sabía que Hargreaves era capaz de avivar ese fuego hasta hacerlo arder.

—Lo que me da más placer es tu compañía. Y lo sabes.

—Entonces me reuniré contigo en tu casa dentro de poco —le murmuró.

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