Capítulo 15

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«¿Por qué mi esposa siempre tiene la desgracia de encontrarme en estas situaciones tan comprometidas?»

Alex le enseñó los dientes a la intrusa y ésta retrocedió asustada. Ella salió del agua y cogió la toalla que su ayuda de cámara había dejado encima de una silla, mientras veía cómo Pipes echaba a Artesian de la habitación. Luego le gritó por el pasillo, a medida que la mujer iba alejándose.

—¡No he terminado con usted, madame!

Alex se armó de valor y esperó a que la leona de su esposa se diese la vuelta para mirarla. Y, cuando lo hizo, se asustó al ver su expresión. Por un segundo, Piper la miró con ojos impenetrables; llevaba el cabello suelto, que le caía por la espalda, e iba en bata. Entonces dio media vuelta y retrocedió corriendo a su habitación.

—Pipes.

Alex se peleó con el albornoz y fue tras ella, impidiendo con una mano que le cerrase la puerta en las narices. Una vez dentro del dormitorio, observó con cautela a su esposa mientras se vestía. La vio caminar de un lado a otro de la habitación y se preguntó cómo podía empezar aquella conversación.

Al final, dijo:

—Yo no he instigado ni he participado lo más mínimo en este encuentro.

Piper la miró de reojo, pero no dejó de pasear, nerviosa.

—Creo que quieres creerme —murmuró Alex en voz baja, al ver que ella no lo estaba insultando ni tirando cosas a la cabeza.

—No es tan sencillo.

Alex se le acercó y le puso las manos en los hombros para obligarla a detenerse. Fue entonces cuando notó que a Piper le costaba respirar, lo que hizo que a ella se le acelerase desesperadamente el corazón.

—Sí es tan sencillo. —La zarandeó con cuidado—. Mírame. ¡Mira quién soy!

Ella levantó la mirada y Alex vio que tenía el mismo brillo húmedo que había visto en sus ojos la noche del baile de Hammond.

Le acunó el rostro entre las manos y le echó la cabeza levemente hacia atrás.

—Piper, amor mío. —Colocó la mejilla encima de la suya e inspiró hondo, inhalando su esencia—. Yo no soy Pelham. Quizá antes... cuando era más joven...

Ella se aferró a su albornoz con los puños cerrados. Alex suspiró.

—Ya no soy esa persona y la verdad es que nunca he sido Pelham. Yo nunca te he mentido, nunca te he escondido nada. Desde el momento en que nos conocimos, me he abierto a ti como nunca lo he hecho con otra persona. Tú has visto lo peor de mí. — Volvió la cabeza y le besó los labios fríos. Le lamió la comisura y, poco a poco, suavemente, consiguió que los separase—. En tu corazón, ¿no puedes ver lo mejor de mí, por favor?

—Alex... —suspiró y, con la lengua, tocó insegura la de ella, haciéndolo gemir.

—Sí. —La acercó a ella y aprovechó aquel breve instante de debilidad—. Confía en mí, Pipes. Yo tengo tanto que contarte... Tanto que compartir. Por favor, dame... danos... una oportunidad.

—Estoy asustada —reconoció ella, diciéndole lo que Alex ya sabía pero esperaba oír de sus labios.

—Eres muy valiente al decir eso —la elogió— y yo tengo mucha suerte de ser la mujer que has elegido para compartir tus miedos.

Piper tiró del cinturón del albornoz y desató el de su bata, después pegó su piel desnuda a la de ella. No había barreras entre ambas. Ella tenía la mejilla apoyada en su torso y Alex sabía que estaba escuchando los latidos de su corazón, lo constantes que eran. Deslizó la mano por debajo de su bata y le acarició la espalda.

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