Capítulo 9

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Piper se detuvo en el vestíbulo de su casa al oír unas voces. Una hablaba rápido y nerviosa; la otra, de su esposa, sonaba calmada e imperturbable. La puerta del despacho de Alex estaba cerrada. Si hubiese estado abierta, Piper se habría acercado a curiosear.

—¿Quién está con lady Vause? —le preguntó al mayordomo, cuando éste le cogió el sombrero y los guantes.

—Lord Spencer Vause, milady. —El hombre hizo una pausa y añadió—: El señor ha llegado con su equipaje.

Piper parpadeó atónita, pero ese gesto fue lo único que delató lo sorprendida que se había quedado. Asintió sin darle más importancia y fue a la cocina para asegurarse de que la cocinera estaba al tanto de que iba a tener otra persona para cenar.

Luego subió arriba, dispuesta a descansar un rato. Estaba exhausta, tanto porque la noche anterior apenas había dormido como porque se había pasado horas hablando de tonterías con unas mujeres que luego la criticaban a sus espaldas.

Se suponía que Caleb iba a acompañarla para darle ánimos y hacerle compañía, pero él también parecía distraído y no paraba de mirar al grupo de invitados, como si estuviese buscando a alguien. Probablemente un modo de escapar de allí, dedujo Piper.

Con la ayuda de su doncella, se desvistió y se quedó sólo con las medias y la camisola y luego se soltó el pelo. Unos segundos después de tumbarse, se quedó dormida y soñó con Alex.

La llamaba con su voz pecaminosa. Tenía los labios húmedos y calientes y los movía sobre sus hombros. La mano con que la estaba acariciando también estaba caliente y las asperezas de su palma le hacían cosquillas a través de la seda que le cubría las piernas.

Su corazón le aconsejó que la rechazase y Piper levantó un brazo para apartarla.

«Te necesito», le dijo ella emocionada.

A ella le hirvió la sangre de deseo y gimió. Todas y cada una de sus terminaciones nerviosas estaban alerta y ansiosas por sentir el placer que sólo Alex sabía darle. Era un sueño y no quería despertarse. Nada de lo que hiciera dormida podría afectarla en el mundo real.

Dejó caer la mano.

«Buena chica», dijo ella con los labios pegados a su oído. Le levantó el muslo y deslizó el suyo entre sus piernas.

—Hoy te he echado de menos.

Piper recuperó la conciencia al instante.

Y descubrió que tenía a una Alex muy real y completamente excitada tumbada a su espalda.

—¡No! —Se movió nerviosa hasta conseguir apartarse de ella y sentarse. Y entonces se quedó mirándola—. ¿Qué estás haciendo en mi cama?

Ella se tumbó boca arriba y entrecruzó los brazos debajo de la cabeza, sin avergonzarse de su erección. Llevaba los botones del cuello de la camisa desabrochados y unos sencillos pantalones, sus ojos verdes brillaban de deseo y algo más. Estaba insoportablemente atractiva.

—Iba a hacerle el amor a mi mujer.

—En ese caso, te pido que desistas de tu intento. —Cruzó los brazos bajo los pechos y ella desvió la mirada hacia ellos. Sus malditos pezones se excitaron al notarlo —. Teníamos un acuerdo.

—Yo nunca te dije que lo aceptara.

Piper se quedó boquiabierta.

—Trae aquí esa boca —murmuró ella, entrecerrando los ojos.

—Eres terrible.

—Eso no es lo que decías anoche. O esta mañana. Creo recordar que tus palabras exactas han sido: «Oh, Dios, Al, me gusta mucho».

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