Capítulo 1

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Cuatro años más tarde

—La señora está en casa, milady.

Para muchas mujeres esa frase era de lo más normal, nada fuera de lo habitual, pero Piper, lady Vause, la había oído tan poco en los últimos tiempos que ni siquiera podía recordar la última vez que esas palabras habían salido de la boca de su mayordomo.

Se detuvo en el vestíbulo y se quitó los guantes para entregárselos al lacayo que las estaba esperando. Se tomó su tiempo y aprovechó esos segundos para recomponerse mentalmente y asegurarse de que nadie notase que se le había acelerado el corazón.

Vause había vuelto.

Piper no podía dejar de preguntarse por qué Alex le había devuelto sin abrir todas las cartas que le había mandado y ella no le había escrito ninguna. Al haber leído la nota de la marquesa viuda, Piper sabía qué era lo que la había destrozado de ese modo la noche en que se había ido de Londres y la había abandonado. Podía imaginarse su dolor, ella había visto con sus propios ojos lo contenta que se había puesto cuando supo que iba a tener un hijo. Y siendo amiga suya como era, Piper había deseado con todas sus fuerzas que Alex le hubiese permitido consolarla más allá de aquella única hora en que la abrazó. Pero en cambio se fue y la dejó a un lado, y los años habían pasado.

Se alisó la muselina de la falda y se pasó una mano por el pelo. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se detuvo y masculló una maldición. Era Alex. A ella no le importaba el aspecto que ella tuviese.

—¿Está en su despacho?

—Sí, milady.

Recordó la escena de aquel último día.

Asintió y echó los hombros hacia atrás para armarse de valor. Tan lista como podía estarlo, pasó de largo la curva que describía la escalera y entró en la primera puerta a la derecha. A pesar de haberse preparado física y mentalmente, al ver de espalda de su esposa sintió como si le diesen un golpe en el pecho.

Alex estaba de pie frente a la ventana y parecía más alta y mucho más imponente. El torso terminaba en una cintura estrecha y seguía hasta formar un precioso trasero que concluía en unas piernas largas y musculosas. Las cortinas de terciopelo verde enmarcaban a la perfección aquel cuerpo tan simétrico. Piper se quedó sin aliento.

Aunque había algo sombrío en ella, una especie de aura opresiva que la rodeaba y la convertía en una mujer completamente opuesta a la joven despreocupada que ella recordaba.

Se obligó a tomar aire antes de abrir la boca y empezar a hablar.

Pero como si hubiese notado su presencia, Alex se dio la vuelta antes de que ella pudiese decir nada. A Piper se le cerró la garganta cuando ella se volvió.

Aquella no era la mujer con la que se había casado.

Se quedaron mirándose, ambas inmóviles en medio de aquel profundo silencio. Apenas habían pasado unos años, pero parecía toda una vida. Vause ya no era una chica, nada más lejos de eso. Su rostro había perdido cualquier atisbo de juventud y el paso del tiempo le había dejado su marca alrededor de la boca y de los ojos. Arrugas de preocupación y de tristeza. El verde resplandeciente de sus iris, que a tantas mujeres había hecho suspirar y enamorarse de ella, era ahora más oscuro, más intenso. Sus ojos ya no sonreían y parecían haber visto muchas más cosas de las que era posible ver en sólo cuatro años.

Piper levantó una mano y se la llevó al pecho para controlar su agitada respiración.

Antes Alex era guapa. Ahora no había palabras para describirla. Piper se obligó a respirar despacio y luchó con todas sus fuerzas para contener algo muy parecido a un ataque de pánico. Ella sabía cómo lidiar con la chica de antaño, pero... aquella mujer era indomable. Si ese día la viese por primera vez, se mantendría muy, pero que muy alejada de ella.

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