Capítulo 10

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Piper estaba sentada a su escritorio, terminando de escribir las invitaciones para la cena de bienvenida que había organizado para Alex, con una florida caligrafía que ocultaba la aprensión que sentía ante tal evento.

Alex no era el tipo de mujer a la que le gustase ser víctima de maquinaciones. Era taimada y carecía del código moral de la mayoría de la gente y, aunque quizá admirase ese comportamiento en los demás, seguro que no se tomaría nada bien ser objeto del mismo.

Consciente de que estaba provocando a un león salvaje y de que su única defensa era una caña, Piper vaciló un instante y se quedó mirando el montón de sobres de color crema que se apilaban junto a su codo.

—¿Quiere que las mande de inmediato? —le preguntó su secretario, muy cerca d ella.

Piper dudó un instante y luego negó con la cabeza.

—Todavía no. Puede irse.

Piper se levantó del escritorio, consciente de que si retrasaba la búsqueda de una amante para Alex sólo estaba posponiendo lo inevitable, pero necesitaba encontrar un poco más de fuerzas para poder seguir adelante. La tensión y el deseo que vibraba entre las dos eran como un veneno para su salud mental.

La noche anterior había dormido mal. Su cuerpo, todavía dolorido, echaba de menos el tacto de ella. Si supiera cuál había sido la causa de que su relación cambiase tan drásticamente, quizá entonces podría encontrar el modo de remediarlo.

Tal como Alex le había pedido, se acercó a la puerta que comunicaba ambos dormitorios para ir a hablar con ella y el estómago le dio un vuelco sólo con pensar en que iba a verla. Apenas había abierto la puerta cuando oyó las voces furiosas que salían del interior de la habitación.

—Lo que me preocupa son las habladurías, Al. Dado que hasta ahora me dedicaba a evitar esa clase de eventos a toda costa, no tenía ni idea de lo horribles que son. Es realmente desastroso.

—Lo que digan de mí no es asunto tuyo —respondió Al, seca.

—¡Por supuesto que lo es, maldita sea! —gritó Spencer—. Yo también soy un Vause. Me riñes porque dices que he perdido el norte y, sin embargo, la reputación

de Pipes es peor que la mía. Todo el mundo se pregunta si tienes lo que hay que tener para enderezar a tu esposa. Circulan teorías sobre por qué te fuiste, sobre que quizá ella era demasiado para ti. Que tú no eras lo suficientemente como...

—Te sugiero que no digas nada más. —La interrupción de Alex sonó cargada de amenazas.

—Que te hagas la sorda y la ciega tampoco ayuda demasiado. Ayer por la noche, Pipes tan sólo estuvo unos minutos en la habitación de descanso, pero las cosas que oí durante ese rato me helaron la sangre. Madre tiene razón. Deberías presentar una petición de divorcio al Parlamento para librarte de ella. Seguro que no te costará nada encontrar a dos personas que testifiquen que te ha sido infiel. De hecho, podrías encontrarlas a cientos.

—Te estás metiendo en aguas pantanosas, hermano.

—No toleraré que sigan mancillando nuestro nombre ¡y me horroriza que tú estés dispuesta a dejar las cosas así!

—Spencer —le advirtió su hermana bajando la voz—, no hagas ninguna tontería.

—Haré lo que sea necesario. Piper es la clase de mujer a la que conviertes en tu amante, Alex. No en tu esposa.

Se oyó un ruido y la pared que ella tenía al lado vibró. Se tapó la boca para no gritar.

—Di una cosa más sobre Pipes —dijo Alex entre dientes— y no podré contenerme. No toleraré que sigas insultando a mi esposa.

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