PRÓLOGO:

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Dicen que los espejos son portales. Portales hacia mundos repletos de fantasías, de magia. Son puertas que solo con las llaves necesarias pueden ser abiertas, y cuando las abres, te adentras en un cuento de hadas.

Diecisiete años atrás...
En aquella fría noche de invierno, una mujer corría desesperadamente sujetando a su bebé con fuerza. Sus pisadas se clavaban en la nieve mientras avanzaba con velocidad. No había una sola persona en la calle, solo aquella mujer y su bebé huyendo como si el más temible de los monstruos los persiguiera.
Con nerviosismo, entró en la iglesia que al igual que el exterior, parecía estar vacía. Sin dejar de sujetar a su bebé abrió la trampilla del suelo y bajó las escaleras con cautela. Tras encender una antorcha, la mujer continuó corriendo por los oscuros pasillos hasta llegar a aquella puerta grande y pesada. La aporreó con fuerza hasta que esta se abrió.
—Nos ha encontrado— anunció, casi sin aire —Ayudarme a protegerla, por favor.
Los misteriosos hombres que conformaban la reunión cerraron la puerta rápidamente y sujetaron al bebé, que lloraba sin parar.
—Yo ya no puedo tenerlo. Ya no está seguro conmigo— dijo la madre, arrancándose el brazalete de la mano y dejándolo en la manta que resguardaba a su hija.
—Debes huir —Uno de los hombres le entregó un espejo a la mujer —Vete.
La mujer negó con la cabeza.
—Debemos enfrentarnos a él.
Todos los presentes la miraron con terror.
—Es muy pronto —replicó otro hombre.
Un estruendo resonó en todo el lugar. Después, el silencio se apoderó del lugar. El terror invadió a todos los presentes, los paralizó. Solo se escuchaba el llanto del bebé.
—¡Dame la manta!—Gritó la mujer.
El hombre que sujetaba a su bebé se la entregó, con miedo.
—Marcharos, llevarla con su padre de inmediato. Ya está aquí.
—No, tú debes venir— replicó uno de los hombres.
—¡Marchaos ya!
Un agujero se abrió en la pared dejándolo todo destrozado y un gran viento empujó a aquellos hombres y al bebé fuera del lugar.
La misteriosa mujer esperó frente a la puerta, con la manta hecha una bola entre sus brazos. Una lágrima se resbaló sobre su mejilla cuando se dio cuenta de que no se había despedido de su hija.

FRENESÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora