CAPÍTULO 30: Hogar

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Espero varios minutos sentada en el arcén, tengo la cabeza apoyada en mis rodillas. Llevo puesto el gorro rojo de Derek; de alguna forma siento que su olor sigue impregnando la tela. Observo la fila de hormigas que viajan por la carretera. No veo ningún taxi, o puede que simplemente no quiera verlo. En el fondo sé que espero a que alguien venga a salvarme, algún milagro que resuelva todos mis problemas.

Los milagros no existen.

Aún no estoy segura de si estoy haciendo lo correcto, pero esta es la decisión que he tomado y no pienso dar marcha atrás ahora.

—Señorita, ¿Quiere que la lleve a algún sitio?

El taxista baja la ventana y sonríe, sus dientes amarillos me causan mucha impresión.

—No, gracias.

Dada la experiencia que tengo con chóferes desconocidos, decido rechazar su oferta. Puede que incluso decida ir andando.

—Venga, súbete.

El hombre insiste y muestra una sonrisa burlona en su rostro. Estoy tan cansada y desanimada que incluso me cuesta trabajo mirarle mal, pero de todos modos lo hago. A continuación, el hombre quita el seguro y abre la puerta del taxi. Un golpe hueco y una fuerte mano empujan la puerta para cerrarla de nuevo provocando que el hombre se golpee.

—Ya ha dicho que no.

La grave voz de Derek y su amenazante mirada asustan mucho al hombre, que decide marcharse.

Cuando Derek se gira para mirarme, me siento como una niña pequeña que ha hecho algo mal.

—¿Se puede saber qué haces aquí sentada con el frío que hace?

—Quería tomar el aire —miento descaradamente —. ¿Qué haces tú aquí?

—Me he despertado para ir al baño y he visto que no estabas, así que he salido a buscarte —Derek niega con la cabeza—. Pensaba que Bell había venido a por ti y...

—Estoy bien.

Derek levanta una ceja, insinuando que no cree una sola palabra de lo que digo.

—Pues... Si ya has tomado suficiente aire, ¿Podríamos volver a la habitación? Tengo sueño.

Derek sujeta mi mano y me levanta del suelo como a un saco de patatas. Su mirada me hace sentir culpable hasta el punto de no dejarme más remedio que mirar hacia el suelo.

Me separo un paso de él.

—Derek... —el vaho sale de mi boca con cada palabra, cada suspiro —No voy a volver a la habitación.

—¿Por qué?

—Porque voy a marcharme.

Derek se queda serio, me mira como quien mira a un puzle sin resolver.

—¿Por qué?

Siento que estoy ante un niño, uno que no se cansa de preguntar, uno que solo quiere comprender lo que le rodea.

—Estáis en peligro si estoy a vuestro alrededor.

Le miro directamente a los ojos mientras le miento.

—Estaremos en peligro cuando Bellamy obtenga el control de la barrera, y parece ser que la forma de hacer eso es contigo —Derek da un paso hacia mí, pero yo me alejo—. Además, ¿Qué hay de tu seguridad?

—La mía no importa, ese término ha dejado de existir para mí desde que mi padre murió.

Me llevo la mano a la boca; no porque sea un secreto, sino porque simplemente no tenía pensado decírselo ahora.

FRENESÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora