CAPÍTULO 2: Ojos verdes.

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Siempre me he considerado una persona abierta a los cambios, no me resulta difícil amoldarme a los nuevos lugares, las nuevas personas. He perdido la cuenta de las veces que he cambiado de colegio a lo largo de mi vida. Tan acostumbrada estaba a esto que llegué a un punto en el que ni siquiera me molestaba en hacer amigos; eso solo significaría dolor y añoranza.
Con el tiempo he descubierto que odio las despedidas.
Desde que supe sobre la existencia del internado Belladona (cuando me lo contó mi abuela) he estado insistiendo en venir aquí. Quiero aprender todo lo posible sobre mi... ¿don? Aún no sé cómo llamarlo.
Lo cierto, es, que no puedo aliviar el horrible sentimiento de culpa que me invade todas y cada una de las veces que recuerdo a la abuela Mary; ella me suplicaba que no pusiera un pie aquí jamás, pero nunca fue capaz de darme alguna razón válida. Desde que falleció, el vacío que llevaba tanto tiempo sintiendo en mi interior creció. Pero cuando Sam se marchó comencé a sentir una inmensa soledad; una que no sentía desde lo ocurrido con papá.

—¿Hola? —abro la puerta de la habitación usando la llave que me ha dado Erik.
No obtengo ninguna respuesta, no hay nadie en la habitación. Esto... Es bonito, aunque no sigue el estilo del resto del palacio, es bastante bonito.
Es un cuarto de tamaño considerable, con dos camas perfectamente hechas separadas por una mesilla de noche. Hay una gran ventana que ilumina toda la estancia, está cubierta por unas cortinas grandes y blancas. Me fijo en los dos armarios grandes que hay en la otra punta de la habitación; parecen espaciosos. Pero...
Oh no
¿Qué clase de monstruo ha puesto una moqueta en el suelo? Tendré que comenzar a coger el hábito de dormir con los zapatos puestos.
Empiezo a inspeccionar la habitación como cualquier otra persona haría abriendo y cerrando puertas y cajones pero parece no haber nada interesante. Pruebo las dos camas y me decido por la de la izquierda (tiene un enchufe cerca y es un poco más blandita) a Mía también le gusta mi cama puesto que se tumba en ella como si fuese de su propiedad. Estará decidiendo si permitirme dormir en ella alguna noche.
Tras dejar las maletas sobre la cama, me tomo unos segundos para sentarme y pensar. Como era de esperar, mi cabeza me traiciona y comienza a funcionar como una locomotora; casi puedo escuchar los engranajes sonando, tratando de comprender en qué momento me pareció una buena idea venir aquí. Es tan irreal... Siempre insistí tanto para conseguir el permiso de la abuela, incluso la he desobedecido. Todo para poder estar en este lugar. ¿Merecerá la pena?

En un intento desesperado de calmar mis pensamientos intrusivos me levanto de la cama para inspeccionar el baño.
Me gusta. Sigue el mismo patrón que la habitación: es blanco, con un váter, dos lavabos y —gracias— la ducha tiene mampara. Me paro frente al gran espejo y dedico unos momentos para retocarme la máscara de pestañas con el dedo. A la abuela Mary nunca le gustó que me pintara los ojos.
Mi pelo es negro, liso y me llega por debajo de los hombros; los huecos de mi flequillo dejan ver mis cejas gruesas. Mis ojos son del color de la miel, o eso aseguraba papá. Tengo unos pómulos bien marcados, unos labios gruesos y una nariz acorde con el resto de mi cara. Lo que solía creer que me hacía resaltar, mi altura, parece ser algo común aquí.
Tras revisar mi teléfono y comprobar que no tengo mensajes, termino yendo a la habitación 345. Tampoco tengo muchos otros sitios a los que ir y en mi habitación hace demasiado calor. Después de diez minutos y muchas vueltas termino encontrando el pasillo de Erik (hay muchas, muchas habitaciones).
Estoy a punto de llamar a la puerta cuando esta se abre sola.
—¡Que te den, Erik! — un chico alto, más que yo, vestido con una camiseta de manga corta negra y unos pantalones de chándal sale de la habitación, me empuja al pasar por mi lado, y tras quejarme, se detiene para observarme fijamente con extrañeza. Luego se marcha.
Inmediatamente después sale un chico un poco más joven, persiguiendo al primero, pero este ni me mira. ¿Me habré equivocado de habitación?
—¡Eh, mira por dónde vas! — le grito al primero que, o se hace el sordo, o no me oye.
—Perdona, Derek es gilipollas — Erik se asoma, apurado —¿Quieres pasar?
Acepto su invitación, y me siento en la que espero que sea su cama.
—¿Puedo preguntar qué ha pasado? — no quiero parecer entrometida, pero en realidad lo soy.
—Nada importante... —Erik sonríe un poco —Ayer usé su espuma para definir rizos y la dejé abierta. Con el calor se ha echado a perder...— no puedo evitar reírme, me esperaba todo menos eso.
—¿Debo de preocuparme por si mañana me encuentro a ese Derek como si lo hubieran electrocutado? —pregunto, entre risitas
—No le digas nada de que te lo he dicho; se enfadará más conmigo — Erik parece apurado de verdad .
—Tampoco tenía pensado hablar con él —aseguro, para tranquilizarlo —. ¿Es tu compañero de habitación? — Pregunto, mientras admiro el lugar.
—Sí, somos compañeros desde hace cinco años...
—Por cierto —sin querer, interrumpo an Erik — ¿Eres el favorito del director o algo? ¡¿Por qué tu habitación tiene un ventilador?!— chillo, y Erik se ríe, nervioso — Ni si quiera lo tienes encendido... Espera, no me digas que tienes aire acondicionado — miro hacia el techo como una psicópata comprobando que, efectivamente tiene un aire acondicionado.
—¡Tú también tienes!— asegura, poniéndose de pie — Lo que pasa es, que en tu planta está averiado. De todos modos, estará listo para el comienzo del curso.
—¿Dónde puedo conseguir un ventilador?
—Aquí no, pero en la biblioteca sí, y son portátiles.
—¿Qué sugieres? — pregunto, haciéndome la tonta para que lo diga él mismo.
—Que si lo tomaras prestado...
—Me estás animando a que robe parte del material escolar en mi primer día aquí. Estás incitándome a incumplir las normas del... —a Erik se le pone la cara pálida —Es broma. Podrías ayudarme por lo menos a cogerlo, ¿No? —a Erik se le pone la cara más blanca aún — Ya veo, tiras la piedra y escondes la mano...— Erik sigue callado... —¿Cuándo se ha convertido esto en un monólogo?
Parece que hago efecto en él y por fin reacciona.
—Una vez ayudé a robar un ventilador para Derek y Ralph. Ni si quiera era para mí, pero nos pillaron a los tres y nos castigaron —noto un rastro de tristeza en sus palabras —. La encargada es una mujer... —parece que Erik batalla por encontrar la palabra correcta — peculiar. De todos modos, no creo que vaya a llamarte la atención. Me preocuparía que no fueses capaz de coger un simple ventilador... — detecto cierto reto en su tono, el cual, obviamente, acepto.
—¡A las ocho aquí! —grita, mientras bajo las escaleras con determinación.
—¿Para qué?
—Ya que mi hermano Alan es un irresponsable, voy a enseñarte yo todo esto.
Diez minutos después estoy de camino a la biblioteca, que no sé dónde está aún, pero confío en que mi sentido de orientación me lleve hasta ella.
Tras otros diez minutos deambulando por los pasillos, me digno por fin a pedirle ayuda a una chica que muy amablemente me ha conducido hasta un rincón de la planta baja.
El lugar me deja atónita. Jamás había visto una arquitectura tan hermosa como esta. Superando la claridad del ambiente, las. protagonistas son las paredes y las columnas; estas están talladas con minuciosos detalles. Hasta que no me choco con un chico que lleva una pila de libros, no me doy cuenta de que en realidad esto es la biblioteca. Hay filas y filas de estanterías enormes, altísimas; cada una tiene una escalera para acceder a las zonas más altas. Todas ellas tienen miles y miles de libros; me pregunto cuántas historias hay en total, esperando a ser leídas. Me pregunto cuantos escritores llenaros esas hojas con sus sentimientos, con sus emociones. ¿Cuántas horas de esfuerzo, dedicación y pasión deben de concentrarse en este lugar?
Hay varias mesas de estudio y, para mi sorpresa, están llenas.
Cuando miro al techo, descubro la joya de la corona: Este está lleno de pinturas preciosas que no consigo identificar. Hay criaturas fantásticas, ángeles, humanos... Todos ellos en armonía, como la biblioteca en sí. Definitivamente este es un lugar en el que no pondría un ventilador portátil. Parece que la bibliotecaria piensa igual que yo, porque no veo ninguno.
Eso no me impulsa a abandonar el lugar; dudo que algo vaya a conseguir que me aleje de aquí fácilmente.

FRENESÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora