Benjamin
Estábamos en casa después de ese momento tan hermoso. Ayudé a Enigma a llegar a la habitación.—El baño está a la derecha y el vestidor a la izquierda. Todas tus ropas están organizadas; si necesitas ayuda, llámame. Mañana contrataré a alguien para que te asista en lo que necesites. Te dejé un bastón al lado de la cama —dije, algo nervioso.
Ella sonrió, como si algo le causara risa.
—¿Te estás despidiendo?
—No —farfullé.
—¿Acaso no dormirás conmigo? —preguntó, y abrí los ojos sorprendido. Pensé que eso la incomodaría o lo malinterpretaría.
—Pensé que te sería incómodo —respondí.
Ella soltó una risita, se sentó en la cama y dio palmadas a su lado, invitándome a sentarme, lo cual hice.
—Sé que estás tratando de conocerme, pero no debes hacerlo solo; pregúntame las cosas. Si no lo haces, te cansarás pensando en lo que podría ofenderme —dijo, echándose de espaldas en la cama, y yo hice lo mismo. —Esta noche no quiero dormir sola —tomó mi mano. Mientras nuestros pies quedaban en el aire y el silencio nos envolvía, noté preocupación en ella.
—¿Te perturba algo? —me animé a preguntar. Ella suspiró.
—Solo me preocupa mi abuelo. A pesar de todo, es la única familia que tengo.
—Te entiendo —suspiré. No podía decirle que extrañaba a Perla y a mi madre. Siempre estuve acostumbrado a viajar, pero el solo pensar que las dejé así es desesperante.
—Acosador —dijo—, ¿qué te hizo dejar todo para venir hasta este lugar?
«No podía contarle, no quería preocuparla».
—Solo... —Pensé en lo que diría— extrañaba mi hogar —mentí. —Creo que lo mismo que te pasa a ti.
—Te equivocas. No extraño algo, extraño a alguien. Nunca he sabido lo que es un hogar.
«Se me olvidaba que viajaba como yo, aunque yo lo hacía por diversión».
—¿Por qué no hablamos del libro que me debes? —cambié de tema. —¿Cuándo me lo darás?
—No sé si te dije que me resulta difícil —me soltó la mano y se levantó para volver a sentarse, pero yo tomé su brazo y la atraje hacia mí.
—Te puedo ayudar —insistí, echando su cabello hacia atrás—. Podemos escribirlo juntos; ya te dije que es mi regalo de cumpleaños.
Ella se puso seria, llevó su dedo índice hacia mi rostro y lo deslizó suavemente.
—No es justo que solo yo sea descubierta —murmuró, mientras sus dedos se deslizaban por mis labios, como si intentara analizarme. —No sé si te das cuenta de que tienes más ventajas que yo.
Por un momento, se quedó en silencio. Su mirada era triste y lejana, como siempre, pero eso me hizo entender tanto. La abracé.
—Enigma, ¿y si te escribo mi historia?
Ella se recostó en mi pecho.
—Sabes que no podré leerla tan fácilmente.
—Déjame ser tus ojos —insistí—. Cuéntame todo sobre ti, todos tus pensamientos. No me ocultes nada y yo te contaré todo sobre mí, y juntos la escribiremos.
Ella levantó su rostro y sonrió.
—¿Acaso querés escribir nuestra historia de amor?—bromeó, sin embargo no me pareció tan mala idea.
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La cruz roja
RomanceDicen que el amor no es ciego, pero nos priva de la vista, porque una vez que lo conocimos, ese amor es lo único que puede hacernos sentir vivos; nos da coraje, pero también nos da desesperación la idea de perderlo. Amar incluye la crueldad de tener...