Una decisión

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Sacha

—¿Vos me estás pidiendo mi historia? —pregunté sin poder creerlo.

Entre todas las cosas que alguien puede pedir, ¿él solo quiere mi historia?

«Ni sé escribir».

—Entonces—continuó—, ¿qué días nos reuniremos?

—Q… ¿qué?

—Pensé que sería más fácil, todos los días—siguió ignorando mi reacción—, así no se pierde el toque—susurró.

—¿T… te estás escuchando?

—Oh sí,—respondió—, más de lo que tú lo haces.

—No escribo libros—aclaré.

—¿Te pregunté?

«Ya me estás empezando a enojar»

—A ver, lindo—me acerqué—, ¿por qué sobre mí?

—¿No lo sabes?—interrogó.

«Claro que no, idiota, ahora me crees adivina, o acaso me está tomando el pelo».

—Jódete—dije para así marcharme—, para qué te hago caso.

Escuché sus pasos acercándose con rapidez, así que aceleré los míos.

—No te enojes—gritó, pero lo ignoré—, ya detente.

Siento que me toma de la mano y me jala hacia él, no llegué a reaccionar cuando pone sus dos manos en mis mejillas, haciendo que su respiración agitada fuera escuchada.

—Solo deseo entenderte—admite en un suspiro—, sos un enigma, en mi vida, solo quiero entender qué corre por tu cabeza. No te pido que me integres a tu historia, solo que me dejes conocerla desde tu perspectiva, permite que entre a tu mundo. Enigma.

—¿Por qué querés saber de mí?—interrogué.

Es extraño que pida que escribamos un libro, pero aún más extrañas son sus razones.

Suspiró, soltando mis mejillas—¿Todavía no lo entiendes?

—¿Qué?

—Petiza, volví—interrumpió una voz.

—Ahora es que venís—murmuré.

—Entonces no viniste sola, sino que alguien te abandonó—comentó Benjamín.

—No la abandoné, y no tengo que darte explicaciones.

—La próxima si la vas a cuidar, hazlo bien—advirtió Benjamín—, como la dejas sola—se escuchaba tan diferente.

—Puedo cuidarme sola, Benjamín—le recordé.

—Ya se fue, petiza—avisó Nico sorprendiéndome.

—¿Qué le pasa? Ahora se cree mi abuelo—pensé en voz alta.

—Te cuida—dijo Nico tomando mi hombro.

—No necesito que me cuide, con vos es suficiente—admití—ja… quiere un libro, quiere un libro, ¿por qué no lo escribe él?

Sentí cómo Nico me abrazó, algo que me pareció extraño.

—¿Qué pasa?—interrogué.

—Perdón por dejarte sola, no debí…

—No le des bolilla, si sabes que soy fuerte—él no respondió—. Ey—lo alejé—, ¿dudas de mí?—fingí estar molesta.

—Te traje el helado, el lugar que nos gusta estaba cerrado, pero no podía volver sin él, sé que te anima.

—Ves que sos un amor—grité emocionada, para esta vez abrazarlo yo.

La cruz roja Donde viven las historias. Descúbrelo ahora