Confesiones y Complicaciones

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Sacha

Para mantener distancia, apoyo mis manos en su pecho, sintiéndolo desnudo.

«Ojalá sea lo único así».

— Uh-huh — no sabía qué decir y él no tenía el deseo de soltarme. Sus manos se aferraban a mí, como si de un trofeo se tratara. — ¿Vas a dejar que me encargue? — susurré.

— ¿Quieres hacerlo tú? — dijo con una voz ronca.

— Me encantaría — respondí con una sonrisa.

Me acerqué un poco más a él, nuestros labios rozaron, y mis nervios se activaron. Aguanté la respiración por unos segundos para luego soltar el aire y cubrir sus oídos con mis manos.

— ¡Estoy encerrada! — vociferé haciendo que él me soltara.

— En serio, eso hiciste — percibí que se alejaba un poco — estás loca.

— Es lo lógico — dije, conteniendo la risa — ¿qué pensaste que haría?

— ¿Nada? — se escuchaba decepcionado — eso lo podía haber hecho yo.

— ¿Por qué no lo hiciste? — crucé los brazos.

Benjamín

«Por qué deseaba quedarme más tiempo a tu lado».

— ¿Sacha? — preguntó la enana desde el otro lado de la puerta.

— Sí — afirmó — nos quedamos encerrados, sácanos por favor — gritó, enigma.

— ¿Cuál es la necesidad de gritar? — dije molesto.

— Ya saldremos de aquí, y estás con ese humor tan — se detuvo por un momento, como si pensara en lo que iba a decir — triste.

— Superhéroe, ¿estás ahí con Sacha?

— Sí, abre — dije.

— Creí que eso solo lo hacían las parejas.

— Creo que tu hija está suponiendo algo — dijo en voz baja.

«¿Mi hija? En serio creía eso».

— No es...

— ¡Voy a abrir! — se escuchó exclamar la niña.

— No — grité al caer en cuenta de mi desnudez.

— Sos boludo, nos vienen a salvar y querés quedarte más tiempo aquí — dijo impaciente.

— Lo puede mal pensar — revelé.

— ¿Qué?

Sabía que iba a insistir, así que solo busqué lo que estaba más cerca y era una de mis batas, y me vestí.

— Listo — ella no dijo nada, solo salió en cuanto se abrió la puerta, iba tras ella, pero la enana se puso frente a mí con un semblante serio.

— ¿Qué hacían ustedes ahí? — preguntó la enana mientras arrugaba la nariz.

— Nada, solo se quedó encerrada — respondí.

— ¿Con vos? — me miró de arriba abajo. Algo que me recordó a Perla.

— ¿No me crees verdad? — ella niega con la cabeza.

Fuimos a la sala, pero la enana no dejaba de mirarme.

— ¿Qué haces vos aquí? — pregunta Perla.

— Aquí vivo — contesté — ¿dónde estabas tú? — pregunté al ver las bolsas que llevaba en sus manos.

La cruz roja Donde viven las historias. Descúbrelo ahora