Te encontré

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Pasaron días. No puedo decir que todo es normal, pero preferí seguir con mi vida y con lo que vine hacer aquí.

—Al fin llegas —dijo Perla al verme llegar a su casa.

Ella me había invitado a su hogar; en estos días he compartido con ella y, aunque antes me parecía extraña, ahora la comprendo, pero no lo bastante. A veces me asusta su manera de actuar.

—Es un apartamento de dos habitaciones y un solo baño, cocina, sala, en fin, todo lo que lleva un apartamento normal —decía mientras me dejaba pasar.

No sé para qué me daba todas esas informaciones.

—Un apartamento bastante acogedor, en la cocina hay suficiente comida, pero —se detiene y me mira— no exageres, gruñón.

—Espera que no te entiendo, ¿a dónde vas? —la miro de arriba abajo— ¿y así vestida?

—No te invité a verme —reveló conteniendo la risa—. Saldré y te toca ser el niñero de Luna.

Abrí los ojos como platos. Nunca había cuidado un niño, además de ser hijo único; eso me hacía no tener la obligación de cuidar a nadie, ni en el hospital.

—Una cosa es sacarla a comer helado y otra es cuidarla toda la noche, ¿y si le pasa algo? ¿O es alérgica a algo? —digo algo histérico—. ¡¿Estás demente?!

—Sé que podrás —me muestra una sonrisa burlona—. Tranquilo, no te comerá —me observa de arriba abajo—. Bueno, si te resistes —comienza a recoger sus cosas—. Suerte, Luna está en su habitación, primer pasillo a la derecha —dice antes de marcharse.

A esto me refería, con su manera de actuar. ¿Cómo podía confiar en mí? ¿Cómo podía dejar a su hermana con un desconocido?

Luego de tanto pensar qué hacer, me decidí por ir en busca de la niña. Al llegar a su habitación solo se escuchaba música.

—¡Luna, abre la puerta! —exclamé con insistencia mientras tocaba la puerta, pero ella no me escuchaba o simplemente me ignoraba—. ¡Luna, no me hagas enfadar, abre la puerta!

—¡No te escucho! —decía la niña mientras subía más la música.

—Lo que me faltaba —trato de abrir la puerta, pero era imposible—. ¡Si bajas la música, no crees que me podrías escuchar mejor! —vociferé.

—¿Superhéroe sos vos? —dice mientras baja la música.

—Sí, lo soy, ya abre —digo fastidiado.

—¡Si viniste, superhéroe! —abre la puerta emocionada y se tira sobre mí—. No le creí a Perla cuando dijo que vendrías a cuidarme, pero aquí estás —farfulló.

—Escucha —la detuve—, nunca he cuidado ni a un perro, así que nos ayudaremos.

—Yo te ayudo —la niña comienza a caminar hasta la sala y la sigo—. Mira mis niñeras, nunca dicen que no, siempre me dan lo que quiero y dejan que duerma a la hora que quiero —dice con una sonrisa traviesa.

—No soy tonto —me siento y la pongo en mi pierna—. No entiendo cómo tu hermana me dio esta responsabilidad sin ni conocerme.

La cruz roja Donde viven las historias. Descúbrelo ahora