Benjamín
La enana había pasado el día comportándose de manera misteriosa; muchas veces traté de seguir sus pasos, pero siempre me ganaba.
Llegó la noche y me encontraba en la sala esperándola para ver una película, pero ella no se presentó.
Me levanté y me dispuse a buscarla cuando un llamado me detuvo.
—¡Superhéroe, podés venir un momento! —exclamó la enana desde su habitación.
Caminé hacia la habitación.
—¿Pasó algo? —pregunté.
La puerta se abrió poco a poco, mis ojos se abrieron como platos al ver a Perla con un vestido blanco de encaje, con un escote pronunciado y mangas transparentes. Su falda era ancha, cubierta de tul y con hermosas flores bordadas, al igual que en las mangas. Cubría toda sus piernas y tenía un toque plateado en su cintura, lo cual lo hacía ver más único y especial. Miré a la enana, quien sonreía; sus ojos brillaban más que nunca. Llevaba un vestido blanco con una longitud inferior a las rodillas, unos zapatos blancos a juego y su cabello suelto, acompañado de una tiara.
—Están hermosas —comenté con una sonrisa.
La habitación estaba llena de flores y fotos de los tres juntos. Estaba confundido. Me di cuenta de que en la mesa había dos copas y en medio dos anillos. Miré a Perla confundido.
— ¿Qué sucede? —Perla miró a la enana como si le diera la autorización para contestar mi pregunta.
— Sé que mañana es su boda, y seguro, por todas esas personas, no podré apreciarlo de la mejor manera —contestó—. Así que quise crear mi propia celebración, exclusivamente para mí —exclamó emocionada, mirando la luna, para luego mirarme con sus ojos humedecidos.
— Siempre fuimos, Perla y yo, contra el mundo. Que vos vinieras y me pidieras la mano de mi hermana; a pesar de mi edad, me hizo feliz —lágrimas empezaron a correr—. Sé que Perla es un poco extraña, y a veces puede que te haga sentir confundido, pero es la mejor persona que podrás conocer —desvió su mirada hacia Perla—. No vas a encontrar alguien que esté dispuesto a dar todo por ti, como ella.
Miré a Perla, sus ojos estaban humedecidos, miraba a su hermana con tanta admiración.
— Cuídala que vale mucho —advirtió la enana.
— Hagamos los votos —gritó caminando hacia la mesa.
Me acerqué a Perla, quien no dejaba de mirar a la enana.
— ¿Cómo que los votos? —susurré.
— No te enojes, sé que te aterran las bodas, tu madre no los contó, así que Luna quiere que ensayes aquí —confesó.
«No puedo creer las ocurrencias de esa niña»
Perla me miraba preocupada, como si esperara una mala reacción de mi parte.
— Debiste avisarme desde un principio —fingí enojo—. Así venía mejor vestido —sonríe y ella me corresponde.
Le hice señas para que nos acerquemos a la enana, quien nos esperaba alegre.
— Perla, podés comenzar —autorizó la enana.
Perla inhaló.
— Desde que te conocí me diste mucha curiosidad —empezó—. Todos decían que eras una persona egoísta, que tenías un gran ego —hizo una pausa—. Cuando te conocí, supe quién sos en realidad.
Sus ojos brillaban con el resplandor de la luna.
— Me demostraste con tus hechos que darías todo por Luna. Sé lo mucho que intentas hacerla feliz, sé que jamás te atreverías a lastimarla. Aunque creas que somos diferentes, somos totalmente parecidos y eso me mantiene segura de que jamás tratarías de hacernos daño. Confío en vos, gruñón, baje o suba la marea, he puesto mi confianza en ti, y me es suficiente lo que yo siento, para ser feliz.
ESTÁS LEYENDO
La cruz roja
DragosteDicen que el amor no es ciego, pero nos priva de la vista, porque una vez que lo conocimos, ese amor es lo único que puede hacernos sentir vivos; nos da coraje, pero también nos da desesperación la idea de perderlo. Amar incluye la crueldad de tener...