Sacha
De pequeña solía vivir con mis padres, pero actualmente vivo con mi abuelo. Es una persona divertida y cuando estoy a su lado, no hay momento en que no pare de reír.
La vida aquí es tranquila, y sinceramente, eso me gusta. Soy diferente a los demás jóvenes; prefiero pasar tiempo sola que con los demás. Muchos me consideran ortiva, pero como no busco complacer a los demás, no les doy bola. En algo sí tienen razón: tengo una manera diferente de ver la vida, y amo ser así.
—López… ¡Señorita López, la estoy llamando! —llamó, haciendo que salga de mi trance.
—L-lo siento, maestra —dije avergonzada.
Me había olvidado dónde estaba, algo que no es extraño en mí.
—Señorita López, ¿dónde tiene usted la cabeza? Ya es hora de salir, ¿quiere que la acompañe?
—No, puedo sola —le mostré una sonrisa sincera mientras me retiraba.
No soy una chica estudiosa ni amiga de los maestros, pero mis calificaciones no son tan malas, según mi abuelo.
Estaban por empezar las vacaciones, lo que para muchos es lo mejor, para mí era un castigo. Amo la universidad, aquí soy solo yo, una chica normal a la cual no hay que prestarle tanta atención, y no le recuerdan su extraña enfermedad.
Mis dos sitios favoritos en el mundo son la escuela y el hospital. Pero no cualquier hospital, sino el que he ido desde niña. En ese establecimiento hay un espacio abandonado, una vez lo encontré y desde ese día no he querido salir.
Ya era hora del almuerzo. La mayoría de mis compañeros toman esta hora para salir del plantel, pero yo prefiero quedarme en el salón de música. Es un sitio tranquilo, no muchos les gusta ir, ya que hay rumores de que el profesor encargado es celoso con sus instrumentos.
—Te encontré —lo escuché decir—. No le dije señorita que la iría a buscar.
—Tardaste mucho, Nicolás. Me haría vieja esperándote —escuché sus pasos acercándose.
Me toma suavemente de los hombros para acercarme a él.
—Entonces, el día de nuestra boda si tardas un minuto, te dejo.
—No puedes vivir sin mí —dije con una sonrisa burlona.
Nicolás ha sido mi mejor amigo desde que llegué a este país. Fue el primero que me trató como una persona normal. Es simpático, un poco pesado y muy protector, pero conocerlo fue como ganar la lotería en mis momentos de crisis.
—¿Ya comiste, petisa? —preguntó por segunda vez en el día—. Mira que me dices que no...
—Más tarde iré —retrocedí y me dirigí hacia el piano. Cuando llegué, me puse cómoda y empecé a acariciar las teclas. Me gustaba hacer eso.
Amo los sonidos, pero no esos que llevan letras, sino esas melodías que dicen tanto pero a la vez poco. Cualquier persona normal buscaría canciones con letras sin sentido, pero como no soy normal, no le busco sentido a las melodías ni tampoco palabras para completarlas. Siento que así ya son perfectas, más cuando las haces tuyas, que escuchas palabras, frases, aunque no lo estén.
"Es algo que muchos no van a poder entender."
Nicolás se sienta a mi lado poniendo sus manos sobre las mías.
—Me preocupas, petisa —dijo en voz baja.
—Te preocupas por la persona equivocada —contesté para luego empezar a tocar.
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La cruz roja
Roman d'amourDicen que el amor no es ciego, pero nos priva de la vista, porque una vez que lo conocimos, ese amor es lo único que puede hacernos sentir vivos; nos da coraje, pero también nos da desesperación la idea de perderlo. Amar incluye la crueldad de tener...