Sí existes

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Me sentía tan confundida, empezaba a desconfiar de mí misma. Ya comprendo por qué nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. ¿Por qué lo imaginaba? Jamás había sentido la necesidad de estar con alguien; yo soy feliz sola, no busco a nadie, y estoy segura de eso. Estoy en la etapa en la que quiero ser feliz sin depender de nadie, sin tener a nadie que me haga cruzar los cables. Pero aunque lo repita una y otra vez, no sé por qué existes.

—No puedo estar loca.

Pasé la noche luchando conmigo misma, algo que tenía tiempo que no pasaba. Llegó la mañana. Como de costumbre, me preparé para ir a la universidad. Me despedí de mi abuelo y Valeryn, la cual dijo que iría al trabajo más tarde.

Al llegar, mis primeras tres horas de clases son de mercadotecnia, una de mis clases menos preferidas, y esperaba que el tiempo pasase rápido, aunque mi mente no estaba ahí.

Nos dieron una hora libre, así que aproveché para irme a la sala de música para ver si encontraba mi paz.

—El amor, el amor es algo que Sasha está deseando tener —cantaba Nico mientras entraba.

—Ya te lo contó —dije enojada.

—Yo siempre sé todo. ¿Acaso invadió tus sueños? Porque esa facha que traes.

—Vete a molestar, por otro lado —dije con exasperación.

—Por lo menos —continuó—, ¿sabes el nombre de tu acosador? —dijo con un tono burlón.

—Sos un boludo —dije antes de salir del salón.

Todo el camino estuve maldiciendo, no me creían, nadie lo hacía, pero no los culpaba, yo misma lo haría. Mi enojo no era con ellos, era con ese que se la pasa observándome. Si era producto de mi imaginación, ¿por qué no hablaba cuando yo quería, por qué desaparecía, por qué me hacía enojar?

Pasó la hora, me tocaba la materia de psicología, es la materia que más disfruto. La maestra nos dejó un trabajo sobre la ecología, algo que pensé que me ayudaría a calmar mi enojo, pero no funcionaba. Mi última opción era el hospital, pero ya no lo encontraba como mi lugar seguro, es algo que me dolía admitir, algo que me hacía sentir protegida, ahora me aterraba.

Llegaba la hora de salir, pensé en esperar a Nico, pero mi enojo pudo más, así que solo decidí irme sin él.

—Así que pensabas dejarme —dijo mientras me sujetaba el hombro—. De seguro hoy vayas al hospital —dijo, pero lo ignoré—. Ya petiza, no te enojes, yo mismo te llevaré al hospital.

—Ya no volveré a ese lugar, al menos que sea por un chequeo —confesé.

—No sos mi petiza —susurró—, ¿qué hizo que te alejaras?

Sentía su mirada penetrante, traté de soltarme, pero era imposible —solo me aburrí —mentí.

Aunque le dijera la verdad, no me creería.

—¿Aburrirte? —repitió—, te podés aburrir de mí, hasta de tu abuelo, pero nunca de tu jardín. Si es por algo, o alguien, la petiza que conozco, no lo dejaría tan fácil —dijo antes de soltarme—. Iré con unos amigos —dijo mientras se alejaba—. ¡Luego hablamos de tu tobillo! —gritó.

Tenía razón, yo no era así, era mi espacio, no el de él. Si sos algo creado por mí, ¿por qué temerte? No sé por qué apareciste, pero te mostraré de qué soy capaz.

Me dirigí hacia el hospital. Al llegar, como era costumbre, quité mis zapatos y respiré profundo. Amaba el olor de este sitio, cada día era un aire distinto, pero relajante. Me sorprendía cómo cada mañana no importaba el clima, su olor, su textura era magnífico.

La cruz roja Donde viven las historias. Descúbrelo ahora