Capítulo 31. Bajo tu infidelidad.

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Cuatro largos días con sus interminables noches se necesitaron para asegurarse que la salud de su clon estuviera bajo control, luego de centenares de análisis, numerosas pruebas de laboratorios, escáner, tomografías y varias visitas a especialistas le diagnosticaron una pequeña mal formación en el sistema digestivo; se requiere un primer tratamiento de esteroides, probióticos y analgésicos para la primera fase, si todo va bien tal vez no requiera la tan temida intervención quirúrgica.

Por fin mañana volverá al hogar al cual Matteo siente que pertenece en unión a su mujer, su  esposa. La cena preparada por la brujisuegra transcurre sin contratiempos, el bendito padrino o tal vez deba llamarlo "padrina Karla" se marcha luego de finalizada la comida. Aunque debe reconocer que se ha comportado como todo un jefe de casa, mientras él, se ocupaba de la empresa familiar, pero Dios, tenerlo estos días todo el día es algo agobiante, sobre todo porque tener a Fanny repartida entre Liz, su clon, la brujisuegra y encima él o ¿ella?, ya no sabe qué o quién coño es, tal vez ¿una mujer con pene o un pene con dos ovarios en lugar de bolas?, en fin, lo importante es que cada vez su zorrita tiene menos tiempo para saciar sus necesidades sexuales.

Sale del baño y consigue su cama vacía, no sabe si enojarse por no someter a su zorrita a una corta, pero violenta cogida o alegrarse por acumular energía y vitalidad para follarse los huecos de su mujer que deben estar casi cerrados por falta de uso, según él. Suspira profundo para debatirse entre lo primero o lo segundo, y como dicen todos los machos; es preferible follar un hueco seguro que perder la oportunidad, total, si Alicia ha esperado casi tres semanas que espere un día más no le hará daño. Pero en caso de que la cosa se ponga realmente caliente le basta con tomar una pastillita azul. Camina con su falo listo para penetrar, cuando entra al cuarto del bebé y consigue a Fanny en su rol de madre abnegada en lugar de una zorrita sexual. Sin pelear mucho contra el destino y predisponer al karma se voltea para volver tras sus pasos y meterse en su second bed conformándose con los brazos de Morfeo.

El gran Matteo Durán sale de la corporación casi a las dos treinta de la tarde rumbo a su castillo donde una reina le debe estar esperando y añorándolo, ríe ante la idea que ella salte a sus brazos y se deje anclar en su falo, aprieta el volante y presiona el acelerador, «definitivamente no necesita de ninguna pastilla azul», bromea su mente mientras comienza a sentir como su masculinidad empieza a reaccionar sabiendo lo que le espera, estaciona al frente del garaje, abre la guantera toma el frasco de perfume y las palabras de su hija el día de su boda invaden, sin permiso sus recuerdos, pero «¡¿qué carajo?!, ¿qué diablos sabe una mujer vestida de novia de las relaciones de pareja?», medita orgulloso, así que hace lo que completa su rutina delatadora bañándose en perfume, justo allí, en el fondo de la guantera están las pastillas azules, se toma una, únicamente para asegurarse el pasar la noche entre las piernas de su esposa.

Abre la puerta principal, camina apurado sin notar mucho los muebles, las cortinas ni la decoración, total, qué tanto pudieron cambiar en tres semanas, no mucho... ¿verdad?, escucha un llanto ahogado en el antiguo cuarto de Anabel, abre la puerta rogando que sean gemidos de dolor y no gemidos sexuales... No logra pronunciar palabra cuando un potente puñetazo se estrella contra su pómulo, gira la cabeza con brusquedad buscando quién, ¡mierda!, le ha golpeado cuando ve a una Anabel fuera de sí, encolerizada, roja de la ira, con los ojos tan hinchados que le es difícil encontrar algo de brillo en ellos. Antes que él pueda abrir la boca es una voz ronca, pesada, rancia la que arremete contra él.

—Tú... tú... tú todo es tu maldita culpa, tú y tu sucia sangre, desleal genética que me identifica y me hace ser quien soy —vocifera Anabel mientras se araña la piel como intentando vaciar su mala sangre.

—Contrólate, Anabel, ¡¿qué mierda te pasa?! —espeta tan alto como su tono de voz.

—¿Controlarme?, no me hagas reír, tú... tú... tú ¿¡me pides que me controle!? ¡Ah sí, claro! ¿y con cuál maldita moral me pides semejante cosa?; ¿con la tuya?... pues déjame decir que no creo que tengas moral como para pedir algo así; por esa embustera boca o ¿acaso pedirás prestado un poco de moral a mi santa madre? —suelta con más violencia la joven mujer mientras da grandes pasos como una loba enjaulada alrededor de su cuarto.

Bajo tu infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora