Anabel contempla orgullosa los dos pequeños cardenales y el chupetón que un Miguel apasionado y fuera de control dejó en su nívea piel como señal de una follada majestuosa, tal cual a ella le gusta. Un día como el de hoy empieza a revolotear en su acechante mente la idea de proponerle a su apacible esposo iniciarse en el BDMS. Pero diablos, no quiere ni puede salir de entre las piernas de quien aún la gobierna, domina y controla posesivamente, Lluis, sigue siendo el arquetipo de hombre por el cual ella cae rendida a sus pies, a su pene y a sus exigencias sexuales, tal cual como una mosca cae hipnotizada ante el brillo atrayente de una telaraña.
Sabe bien que a su amo y señor le exaspera de sobremanera que ella se deje marcar por cualquier otro hombre, le importa un demonio, si ese hombre es su esposo o no. Con frecuencia, cuando esto ocurre, los retos se vuelven cada vez más perturbadores. Últimamente, Anabel está divagando entre lo que quiere y lo que puede tener.
El rostro de Lluis cambia de un momento a otro en cuanto enumera; dos moretones más un chupetón sobre el cuerpo de su sumisa; uno en su nalga derecha, el otro en el muslo izquierdo, por la forma, jura que este último es producto de un agarre fuerte, posesivo y dominante para mantener control de las embestidas logrando por ende mayor penetración. Imaginarla gimiendo, así como gritando el nombre de otro, lo enfurece, lo enerva. Ambos se han vuelto codependientes, él uno del otro, como si fueran, uno de ellos; la droga y el otro el drogadicto. Todo en su mundo de folladas, cogidas y sexo salvaje es adicción, consumo, locura y descontrol.
Maldita seas, Anabel, tú eres mía, tu puto cuerpo está diseñado para complacerme a mí, sabes que me arrecha ver que él también hace contigo lo que se le venga en gana. Arremete contra el hueco trasero de ella sin piedad, a la par que Anabel cree desfallecer, ella aferra sus sudadas manos al borde delgado de la inestable mesa que está dentro de ese cuartucho de un hotel de mala muerte. En algunas ocasiones buscan lugares poco apropiados, desagradables o públicos para darle algo de chispa de cachondeo a sus encuentros sexuales.
Luego de un buen rato de embestidas llenas de dolor, lujuria y perdición, ambos cuerpos obscenos, caen exhaustos sobre las sábanas amarillentas de tanto uso y mal lavado.
—¡Sabes!; debes pagar la penitencia por dejarte marcar por tu esposito, lo sabes, ¿verdad? —advierte con una macabra sonrisa de medio lado, mientras que rodea con su dedo el ombligo de ella, allí donde sobresale un costoso piercing personalizado que le mandó a poner luego de no haber superado un reto.
—Lluis, sabes que estoy casada, no voy a lastimar a Miguel, me encantas y espero con ansias nuestros candentes encuentros, pero no soy tan estúpida como para perderlo a él —protesta ella a la par que se dispone a bañarse para eliminar cualquier evidencia de su infidelidad.
—Te dije que te harías adicta y te lo voy a comprobar, ya lo verás —bufa mientras mueve sus caderas de un lado a otro a la par que su aún tenso falo golpea ambos muslos. Un brillo se refleja en sus ojos orgullosos de su masculinidad.
Una carcajada fuerte sale de Anabel, mientras que el jabón barato trata de limpiar su desleal cuerpo, —¿Y cómo me lo vas a demostrar? ... Ya te he dicho que lo quiero, así que tú; mi amo y señor estás por ahora en desventaja— afirma con voz cansina.
Con el pasar del tiempo ya ambos saben cuáles son las palabras que más hieren al contrario y no dudan en usarlas cuando sienten que el otro quiere más en la relación.
—Eres tan adicta a mí que te encantaría que tu hijo tenga mis rasgos, mi personalidad en lugar a la de tu esposo... yo; tu amo y señor te conozco también, mi pequeña sumisa, que puedo jurar que hasta ya has soñado con él o ella... ¿Quién sabe? —asevera sin tapujos ni pelos en la lengua, mientras ella se paraliza, tal vez avalando lo que acaba de escuchar.
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Bajo tu infidelidad
RomantizmDos matrimonios unidos por un lazo de sangre se verán envueltos en las dolorosas vivencias de las infidelidades, pero las consecuencias de sus decisiones los alcanzarán. Matteo Duran se proclama dueño y señor de la vida, del alma, y porqué no; del...