Cap. 4: Fantasmas del pasado I/II

44 5 2
                                    


Llegó a casa agotada y sólo atinó a aventar sus zapatos en la entrada de aquél departamento rentado por el mismo Rey Jarvan IV para ella. Existía un acuerdo entre los dos que otorgaba ciertas libertades a ambos para evitar problemas frente a la sociedad. Continuó hasta la cocina para comenzar a preparar su cena pues, aunque su esposo había insistido en otorgarle los beneficios de una servidumbre y grandes lujos, Fiora prefería permanecer sola en casa y atenderse a sí misma. Pronto, los exquisitos olores de su comida llenarían el lugar abriéndole el apetito con rapidez. Se apresuró a tomar un plato lleno de la pasta que había guisado y se dirigió a la pequeña barra que fungía como su comedor personal. A pesar de ser la esposa del Rey, su vida era demasiado sencilla y solitaria, pero abusaba de una sola cosa con los contactos de su cónyuge; vino gratis.

Adoraba su colección colocada cuidadosamente en un enorme estante de su sala. Cada botella que ella vaciaba rápidamente era repuesta con su llamado por alguno de los comerciantes en persona. Tomó una de aquellas y la miró con nostalgia recordando el día de su boda mientras tomaba asiento en uno de los bancos de la barra. Recordó aquel beso fingido al terminar la ceremonia religiosa, recordó su presentación en el banquete, recordó que bebió demasiado de ese mismo vino y se embriagó hasta el punto de quedarse dormida en la habitación preparada para consumar su matrimonio. Sin embargo, ese momento jamás llegó, pues Jarvan había dormido en brazos de otra mujer. Y, entendió entonces, que lo que acordaron unos días antes de su unión era verdadero e inquebrantable. Él había dejado las cosas muy claras, pero ella mantenía una pequeña esperanza de ser por lo menos una pieza importante en su vida y realmente lo fue; su mejor amiga. Y, a pesar de todo, estaba muy agradecida del trato que recibía por un hombre que jamás le pertenecería en cuerpo y alma.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras bebía ese adictivo alcohol que le quemaba como veneno e invadía su mente con las desgracias que ella misma se había provocado. Lloraba por rabia, tristeza y desconsuelo por saber que su futuro jamás sería feliz sin importar lo excelente que fuera en su trabajo, pues el amor nunca llegaría a su vida. Estaba atada por su matrimonio ante los ojos de la sociedad. Sin importar lo enamorada que estuviese de alguien que no fuera su esposo, en ningún tiempo podría formar una familia o sentirse amada. Parecía vivir alguna maldición impuesta por un gran hechicero luego de haber aceptado la propuesta de Jarvan III. Repentinamente, vino a su mente la coronación del nuevo Rey de Durandal justo después de su matrimonio arreglado dando una nueva oportunidad a la familia Laurent. Recordaba, también, aquella vez que decidió forjar su propio destino y todo había salido mal.

Su familia esperaba que se convirtiera en una gran modista, en cambio, ella se había convertido en una gran duelista. Así, rechazó la propuesta de matrimonio que sus padres arreglaron con un importante noble de Durandal en una fiesta exclusiva para el anuncio de la unión ya preparada para realizarse en verano. La reacción por parte de la familia de su prometido exigió un correctivo inmediato para la joven rebelde por la humillación que ésta misma había provocado por su altivez e impertinencia. No obstante, el Rey se encontraba del lado de su padre e intentó tranquilizar la situación de la mejor manera: un duelo que Fiora aceptó sin dudar. El padre de esta última decidió tomar el lugar de algún valeroso miembro de la Guardia Imperial con el fin de recobrar el honor de los Laurent y salvar a su hija de una muerte inminente, el destierro y la deshonra eterna luchando contra ella.

El esperado combate llegó y con él un armonioso espectáculo de dos excelentes espadachines que parecían danzar en lugar de combatir. Su padre le regaló aquel último baile entre espadas como premio a su valentía otorgándole el perdón por sus acciones insensatas. Fiora, tomó en algún momento el control de todo y su padre, motivado ante tal talento, intentó seguir los pasos rápidos de la que se convertiría en una de las mejores duelistas del lugar. Aceptó que ella encontraría la manera de recuperar el honor en su apellido y estaba seguro de los logros, inalcanzables ya para él, obtendría. De repente, una de las armas cayó al suelo rebotando la fina envergadura hecha con los mejores metales de Durandal dejando a su dueño descubierto ante su contrincante. Por fin, el duelo había llegado a su desenlace y, ante la mirada sorprendida de sus espectadores, uno de los duelistas se desvaneció con una sonrisa llena de satisfacción y paz.

La mujer perfecta (Darius x Lux)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora