19. ¿Cuántos secretos puedes guardar?

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   Lo único que se escuchaba dentro del auto, eran nuestras respiraciones entrecortadas y la lluvia cayendo a raudales sobre el cristal del parabrisas y el techo de la camioneta.

   Mi mente sigue nublada, incapaz de procesar lo que acaba de suceder. Voy enderezándome de a poco, demasiado despacio para lo inquieta que me siento. Mi labio tiembla como gelatina, mis dedos no paran de sacudirse, las lágrimas no dejan de correr por mi rostro, empapando la piel de mis mejillas. Lo único que me mantenía atada al momento, era el dolor en mi pecho causado por el cinturón de seguridad.

   Una centella iluminó el cielo; un estruendoso sonido le acompañó para sacudirnos dentro del auto segundos después, pero ni eso fue capaz de hacernos reaccionar. Mudos. Estábamos mudos, inmóviles, paralizados. No sabía si algo era capaz de sacarnos de aquel trance.

   Porque, si salíamos, tendríamos que enfrentarnos a una realidad a la que no queríamos hacer cara.

   El rayo esclareció la imagen frente a mí lo suficiente para que pudiese ver con más claridad el panorama, como si el universo quisiera echarnos en cara nuestro terrible error. Por esos cortos segundos, fui capaz de observarlo todo: el cuerpo del chico estaba tendido en el suelo, con sus brazos torcidos en extraños ángulos para nada naturales; un par de anteojos rotos descansaban no muy lejos de su cabeza, justo sobre el charco de sangre que se extendía a medida que los minutos pasaban. A pesar de la tormenta, las gotas parecían no querer deshacerse todavía de la escena del crimen, asegurándose de que quedase grabada en nuestra memoria cada vez que nos atrevamos a cerrar los ojos.

   Pensé que nadie lograría romper el silencio después de aquello. Por un momento, realmente creí que nos quedaríamos pasmados en la carretera, esperando que alguien se aproximara y nos delatara; que alguna patrulla de policía nos arrestara por el resto de nuestros días...

   Pero la voz de Roxanne interrumpe el aparente mutismo perpetuo:

   —No ha sido un animal, ¿verdad?

   Cinco meses. Conocía a Roxanne hacía cinco meses, y jamás le había escuchado entonar la voz de aquella manera. Inquieta, desesperada, nerviosa. Por primera vez, Roxanne Bierman sonaba como si había perdido el control de su vida.

   Porque así lo era.

   —No —respondí yo en un susurro aislado —. No, ha sido una persona. 

   Otros cortos minutos de silencio fue la oportunidad perfecta para que mis lágrimas se derramasen. Mis ojos no podían enfocar otra cosa apartada al cuerpo tendido en el suelo. ¿De verdad estaría muerto? ¿Estaría solamente herido? Dios mío, ¿habíamos asesinado a alguien? ¡¿Lo habíamos hecho?!

   Alguien se remueve en el asiento a mi lado y es lo único que desvía mi atención. Raph suelta un quejido momentáneo, frunciendo sus ojos hasta arrugarse, probablemente por la conmoción que le había provocado el golpe. Me deshago de mi cinturón de seguridad para inclinarme sobre él. Mi mirada estaba desorbitada en búsqueda de heridas en su rostro y cabeza. El largo hilo de sangre justo en su frente me confirmó lo que más temía: estaba lastimado.

   —¿Raph? ¿Estás bien, mi amor? —inquirí consternada, sujetándole el rostro con las manos por ambas mejillas.

   No responde. De hecho, sigue con sus ojos cerrados por varios segundos y hasta creo que perderá la consciencia. Sin embargo, sus párpados finalmente se abren para mostrarme sus precisos ojos castaños, ojos que ahora irradiaban confusión pura.

   —¿Raph? —insisto —, ¿puedes oírme?

   —Hay un zumbido en mi cabeza —dice en respuesta, haciendo una mueca. Su mano alcanza la herida que goteaba justo en la línea de su cabello en la frente. Su entrecejo se frunció al ver sus propios dedos manchados de sangre.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora