20. No levantes sospechas

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   Mi mano se estrelló contra mis labios, tan fuerte, que provocó el eco de una palmada en la habitación.

   Me alejé de la puerta, retrocediendo a paso lento, sin poder creer lo que había visto. Esto debía tener otra explicación. Necesitaba que tuviese otra explicación. ¡Era imposible que nos hubiesen descubierto, literalmente, de la noche a la mañana!

   —Riley, ¿quién es? —volvió a preguntar Rod.

   Cuando me volteo para responderle haciéndole frente, descubro que nosotros dos no éramos los únicos asustados, de pie, en medio del salón. Probablemente, el sonido del timbre también había despertado a Ryatt y Roxanne, porque ambos aparecieron en mi vista, cargando las expresiones más nerviosas que les había visto antes. Los imaginé caminando a largas zancadas desde nuestras habitaciones hasta la entrada principal. No había otra forma de que hubiesen llegado tan de prisa.

   Abrí mi boca para responder, pero una voz masculina al otro lado de la puerta, se nos adelantó:

   —¡Policía de Sídney! ¡Abran la puerta! 

   Mierda.

   Nos quedamos paralizados por varios segundos. El timbre volvió a sonar, recordándonos nuestro destino. Incluso, varios toquidos retumbaron la amplia puerta de madera. Si no respondíamos pronto, resultaría sospechoso. Si es que no sabían ya lo que ocurrió.

   Era hora de actuar.

   Giré sobre mis talones, sin tener idea de lo que estaba a punto de hacer. Escuché que susurraban mi nombre a mis espaldas, procurando detenerme de cometer otra locura, pero ya era muy tarde.

   Con una pereza que realmente no tenía, abrí la puerta.

   Dos policías uniformados me recibieron del otro lado. El hombre regordete de bigotes, sonrió ampliamente al mirarme, respetando mi privacidad por estar en pijama, enfocando sus ojos solo en mi rostro. El otro, con la mandíbula tensa y manos sobre su cinturón, me contempló con ojos entrecerrados. Posaba una actitud altanera y egocéntrica, como si supiese todas las respuestas sin siquiera preguntar. Ya podía tener una clara noción de quién era el policía bueno aquí.

   Fingí que la claridad de la luz solar hacía daño a mis ojos, y los miré con actuada confusión.

   —Uh... ¿buenos días? —saludé con la voz más ronca que logré aparentar.

   —Buenos días, señorita Anderson —respondió el policía del bigote —. Soy el oficial Nixon. Lamento molestarla tan temprano por la mañana.

   —No hay cuidado. —Sonreí amablemente, temblando en mi interior. 

   —Luce nerviosa —observó el otro oficial.

   —Me he llevado un susto con el sonido del timbre.

   —¿Por qué? —inquirió el mismo.

   Le dediqué una ojeada menos simpática.

   —Nadie suele venir por acá a estas horas, oficial...

   —Thorn —se presentó —. Vince Thorn.

   —Claro, por supuesto. —Asentí con calma —. Creo que es fácil tener un pequeño escarmiento, ¿no le parece?

   Nixon soltó una suave risa.

   —Seguro que sí, señorita. Lo lamentamos. No es para menos que estén suceptibles.

   Muy bien, ellos definitivamente tenían idea de algo, pero de saber que éramos culpables, ya me habrían arrestado. ¿Cierto? ¿Qué hacían aquí?

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