31. Sin contratos

1.6K 93 23
                                        

Cinco meses después.

   —Toc, toc... ¿Se puede?

   Como Trevor estaba aplicando una cantidad excesiva de lápiz labial sobre mi boca, él se las arregla para responder:

   —¡Sí! ¡Ya casi listos!

   Roxanne asoma su cabeza por la puerta, sonriendo ampliamente al verme. Soy incapaz de devolverle el gesto, al menos, hasta que Trev termine de maquillarme, porque podía volverse una fiera si arrugaba la cara y se me marcaban las líneas de expresión antes de quitarme el polvo traslúcido. Cosas de maquillista que yo todavía no entendía del todo.

   —Mierda, luces increíble —comentó mi amiga, acercándose a nosotros.

   —¡Ju n te qds atrs! —exclamé.

   —No estoy segura de hablar ese idioma.

   —¡No te muevas, Riley! —se quejó mi mejor amigo. 

   Puse los ojos en blanco a pesar de que ya anticipaba el regaño. Esperé con impaciencia a que él terminase con mi rostro. Sabía que haría un trabajo más que increíble, pero mi culo dolía, y estoy segura de que necesitaría una espalda nueva después de esto.

   Finalmente, Trevor se alejó para evaluar su obra de arte, y cuando asintió con esa ceja levantada, no tenía que verme en el espejo para saber lo bien que había quedado todo.

   —Dije: que tú no te quedas atrás —expliqué a Rox, ahora sí, sonriente —. ¡Mírate! Sabía que ese color les iba a lucir a todas.

   El tono terracota daba perfecto con su tono pálido de piel, y el escote del pecho, añadido a la tela ajustada perfectamente en su cintura diminuta, le daba un aspecto espectacular. Roxanne había combinado el largo vestido con unas sandalias brillantes, y su cabello oscuro estaba trenzado sobre su cabeza, decorado con una tiara de hojas doradas delicadas.

   Tal y como se los había pedido.

   —¿A todas? ¡A mí no! —rechistó Trev —. Creo que se te olvidó que no formo parte de tus amigas blancas. ¡Mírame a mí! Parece que voy desnudo. No sé qué te hizo pensar que me quedaría el color terracota... ¡Cuando terracota es mi tono de piel!

   Reí en voz alta, incapaz de retener la burla.

   —Ay, por favor, Trev. Luces maravilloso.

   Era cierto. Por mucho que quise convencerlo de que podía usar el vestido si quería, él prefirió usar un traje muy a su estilo. No insistí, por su puesto. La verdad, es que solo estaba siguiendo muchas tradiciones por nada más que costumbre, pues, lo que más me importaba, es que todos se sintieran cómodos con sus atuendos.

   Su traje no impidió que estuviese en mi grupo de damas de honor de igual forma.

   —Nada más porque yo sé cómo arreglarme bien —puntualizó.

   —¿De qué te quejas, entonces? —jugueteé burlona.

   —¿De mí? Absolutamente nada, pero créeme que estoy a punto de quejarme en voz alta de que tendré que rehacer todo el maquillaje de mamá Ali si sigue llorando en la esquina de la habitación.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora