Diciembre.
—¡Pero que calor de mierda!
Aventé la caja al suelo, pateándola el resto del camino que faltaba hasta la entrada posterior de la casa. Mi frente sudaba a horrores, y hasta podía sentir los mechones de mi cabello empapados sobre la nuca. Me sentía demasiado exhausta, mucho más de lo normal.
Necesitaba cinco litros de agua helada y una siesta corta de tres días hábiles.
—Esa es la última caja, ¿o no? —inquirió Raph, acercándose a mí desde el salón.
Sus mejillas estaban enrojecidas, y la franela verde militar tenía severas manchas de humedad gracias a su propio sudor. Debíamos estar como a treinta y ocho grados, y el constante movimiento por casi una hora no era precisamente relajante.
—Creo que sí, pero ya no puedo cargar nada más —me quejé.
Él entrecerró sus ojos hacia mí.
—Ri-ri, yo he traído todo nuestro equipaje a la casa.
—Solo las más pesadas.
—¿Y te parece poco?
—¡No me hables así!
Gruñó.
—El calor te pone un poco...
—Si dices insoportable, pateare tu feo culo.
—Iba a decir malhumorada —concluyó, reprimiendo una risa —. ¿Qué te pasa, mi amor? Estás a la defensiva últimamente.
—¡Es porque hace tanto calor! ¡Tanto! —Me abaniqué con la mano —. Dios mío, no puedo aguantar ni un día más sin aire acondicionado.
—Voy a encenderlo, y a hacerte una limonada helada. ¿Quieres?
—No hemos desempacado los utensilios de cocina. ¡No, no me abraces! —Lo detuve con una mano casi de inmediato —. Si no quieres que te odie, aléjate de mí.
Puso los ojos en blanco, exasperado.
—Está bien, ¿hay otra cosa que pueda hacer por ti?
Ugh, maldición. Ahora me sentía terrible. Estaba siendo una esposa de mierda, con una actitud de mierda, cuando él solo intentaba hacerme feliz con todo lo que le ordenaba. Pero es que mi vida era un caos actualmente, de la buena manera, y este estado me convertía en un terrible ogro repleto de estrés.
Respiré profundo, centrándome.
—Solo... enciende el aire acondicionado, yo buscaré todo para hacer la limonada.
—Bien.
Caminé hasta la amplia cocina en búsqueda de la caja correcta. Hice un esfuerzo sobrehumano en limitar mis emociones negativas para no gritar de la frustración al no encontrar la maldita cosa que buscaba. Podía escuchar a Raph maniobrar con el sistema del aire central y, finalmente, mi humor mejoró para cuando la casa comenzó a sentirse más fresca, y di con el tonto exprimidor de limones.
Raph entra a la habitación e ignora mi mirada. Por su cuenta, busca una jarra llena de agua en la heladera, y el tarro de azúcar sobre la encimera.
Comenzó a cortar los limones, todavía sin mirarme.
Ay, no. No otra vez.
¡No otra vez a llorar!
Las lágrimas se amontonan y empiezo a sollozar como una estúpida. Mi esposo me mira confundido desde su posición, sin saber que hacer. Escondo mi rostro entre mis manos por la vergüenza que me provoca este estado de debilidad tan insólito. En serio, creo que esta era la peor parte de toda mi situación.

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El Contrato
RomanceLos hermanos Williams parecen ser el cliché de la sociedad. Guapos, altos, carismáticos, con un buen talento para el deporte, y una inaudita habilidad para flirtear. Es por eso que su padre pensó que tenían gran potencial, y de ahí surgieron varias...