Capítulo LI

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    Ahrimán:

    Kay estaba a punto de ceder, ya los había visto caer a casi todos. Su poder de sombras era inútil pero con Bargdy y Cian a su alrededor había estado seguro, Uriel no corrió la misma suerte y muchos de los que estaban allí tampoco. Lo que más rabia le hacía sentir era que, Natanael no había atacado, seguía elevado en el aire, tan lejos que no valía la pena intentar alcanzarlo, sabía que no podría matarlo.

    Un grupo más grande de almas perdidas les atacó y logró separarlos a los tres. Kay vio como se apoderaban de Bargdy y lo consumían antes de que se pudiera defender y creyó que sería su fin hasta que una llamarada verde se puso en medio de él y las almas perdidas que iban a atacarlo.

    Valeria y Pica descendieron a su lado, la primera lo abrazó, aliviada de verlo bien, y Pica siguió atacando hasta que pudieron juntarse con Cian que lograba repeler las almas levemente. Kay vio la mirada de satisfacción de Natanael, como si hubiese esperado desde el inicio que ellos estuvieran así, juntos.

    Los cuatro alzaron vuelo, tratando de huir de la zona lo más rápido posible y sin hacer paradas hasta que llegaron al fin de ese islote. Tuvieron que detenerse al ver que, la oscuridad no era causada por las almas perdidas, en la cúspide del cielo estaba ocurriendo un eclipse de sol y, por más raro que pareciera, dos lunas de sangre, una a cada lado. Y, obviamente, se dieron cuenta de que el mar estaba rojo, y por la densidad que Cian sentía en él, estaba seguro de que no era el reflejo de las lunas, de veras tenía ese color.

    Comenzaron a defenderse otra vez porque las almas les atacaron, la tierra de Ahrimán comenzó a quebrarse y se vieron perdidos por un instante, a punto de ser consumidos por una orda de almas perdidas encabezada por Natanael. Pero, un anillo de fuego violeta atravesó a todas al mismo tiempo y las hizo desaparecer en segundos. Entonces todos lo entendieron, la tierra quebrándose era a casua de Ciel y el fuego venía de Eidrien. Aunque ninguno tuviera idea de cómo.

    Charles y Ciel llevaban en ambas manos antorchas doradas, hechas a partir de los cilindros mágicos de las sílfides, los cuales Eidrien había encendido con el fuego de Hades cuando tuvieron que defenderse para lograr salir vivos de Tarendiel. Cuando llegaron al reino era demasiado tarde, no quedaba ni un alma. Nadie había sobrevivido y... Eidrien venía con el corazón destrozado, muerto de miedo, recordando cómo había tratado a su madre y al bebé que nunca llegaría a nacer. Todos estaban muertos, y Tarendiel era un cuadro de lo que Charles había visto en la casa de la oráculo, pero más grotesco y aterrador.

    Cuando se juntaron se dividieron en segundos, Charles y Pica decidieron buscar a su familia ahora que había esperanzas y tenían un arma, y los demás se quedaron ahí, peleando.

    Eidrien prendió fuego a todo lo que se acercaba y fueron alejándose, vio a Natanael y logró vislumbrar en su mano aquella horrible copa, la de Oberón. Formó varios anillos de fuego en ambos brazos, no tenía idea de cómo podía dominarlo tan bien, supuso que era la adrenalina. Los lanzó todos pero el alma logró esquivarlos.

    Seguían luchando cuando se escuchó un lamento de sirena retumbar por todo el Mar sin Fin. Cian miró hacia sus espaldas, hacia el mar, aterrorizado.

    —Es Seren —dijo y, todas las imágenes de Esther se le pasaron por la cabeza en un milisegundo, sin saber si sobreviviría o no, no había podido pensar en buscarla, no tenía cómo defenderse a sí mismo, no podría ofrecerle nada a ella. Además, creyó que en el mar estarían seguros, pero cuando vio su estado, todo cambió.

    —¡Cian, abre un portal a Atlantis! —le gritó Eidrien que, a pesar de su dolor. Era el único que al parecer seguía pensando con claridad—. Quién sabe si aún habrá alguien vivo.

Losing Game (Dark Angel VIII)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora