Capítulo VIII

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    Los días se empeñaron en pasar lentamente, ya Eidrien se sentía más que sofocado dentro de aquel lugar, mucho más de lo que llevaba sintiéndose antes. No había vuelto a hablar con Zéphyrin, solo le veía de lejos y de vez en cuando, pero ella no le veía, porque jamás estaba en su rango de visión. Ya sabía que el nuevo prometido de su exprometida era su tío Ettrian, debía admitir que no lo conocía lo suficiente, nunca fueron cercanos y al vivir en Ahrimán casi todo el tiempo jamás pudo intercambiar más que los saludos con él. Aunque de algo no tenía duda, ese dracae seguro que era otro lame botas del rey de las hadas.

    El pensamiento le hizo rodar los ojos mientras se acababa un cigarrillo. Estaba en la cima del palacio, allá donde estaba la copa de Oberón y de donde fluían las aguas sagradas. Siempre iba cuando se sentía mal o demasiado asfixiado. Nadie jamás subía allí, era una falta de respeto hacerlo, pero como a él le valía madres el respeto, iba cada vez que le diera la gana.

    Rebuscó en el bolsillo de su buzo gris la cajetilla de cigarros y se dio cuenta de que ya no quedaban cuando la sacó. Maldijo por lo bajo y la tiró, esa era la última que se había llevado para Tarendiel. Dio un suspiro y se recostó de un muro mientras arreglaba sus lentes, hacía un par de días que se había comenzado a plantear la idea de volver a Ahrimán, después de todo, había pasado ya demasiado tiempo y extrañaba a sus abuelos. Notó a lo lejos la vaga figura de dos personas, dio la orden con su cabeza y los lentes se configuraron, acercando la imagen y mostrándole a Zéphyrin junto a Ettrian; era como la quinta vez que les veía paseando juntos.

    Ella se veía seria aunque parecía hacerle la conversación a su prometido.

    Eidrien recostó su cabeza con cansancio en la columna que tenía al lado y suspiró mientras les observaba. No sentía nada por ella, no lo hacía, pero aún así le seguía picando el orgullo que después de que casi se mata por traerla, se la hubieran quitado tan fácil. O más bien, se la hubiera dejado quitar tan fácil.

    —Es lo mejor, Eidrien —se dijo a sí mismo y decidió bajar de una vez de allí, iría a practicar arco o lo que fuera, necesitaba descargar la molestia para que no se le notara.

    Cuando llegó a uno de los campos de entrenamiento no pudo evitar blanquear los ojos al ver a su primo por allí aún, tenía la ligera esperanza de que se hubiera ido de una buena vez a Firethys.

    —¿Es que le has cogido el gustito a refrescar tu escamoso trasero en las aguas sagradas que aún sigues aquí o qué? —le preguntó mientras se dirigía a tomar un arco.

    Cian le ignoró.

    —Te estoy hablando, tú, cara de pescado —insistió y entonces su primo paró de disparar a las dianas para verle.

    —No vengas a descargar tu infantil frustración conmigo, solo déjame estar —respondió y volvió a lo suyo, Eidrien frunció los labios, él que quería pelea.

    Se unió al silencioso entrenamiento y comenzó a disparar con la misma destreza de Robin Hood. Siempre se le había dado bien el arco, no le sorprendía, después de todo era dracae y no podía quejarse, aunque tenía cierta preferencia por las armas de fuego y no por las flechas.

    —Y entonces, la dejaste ir así de fácil, esperaba más de ti —la provocación de Cian llamó su atención y le miró achicando los ojos. ¿No que le dejara en paz?—. Eres un niño aún, Eidrien.

    —Si ser niño es evitar a toda costa un compromiso arreglado que no beneficiaba a nadie, entonces soy un feto —respondió serio y disparó nuevamente, dando certero en el blanco—. Además, a Rin Rin se le ve feliz.

    El comentario le sacó una carcajada a Cian que hizo que su primo le mirase con incredulidad. —¿Ves? Es que ni siquiera has estado para decir eso, Zéphyrin prácticamente le tiene aplicada la ley del hielo a Ettrian.

Losing Game (Dark Angel VIII)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora