Capítulo VII

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    Eidrien comenzó a abrir los ojos con pesadez, al tiempo que sentía la mitad de su rostro húmeda. Llevó torpemente su mano a ella y se limpió el rastro de baba que se había escapado de sus labios, mientras se acurrucaba un poco más en la cama; aún estaba cansado, necesitaba dormir un poquito más. En sus intentos de meterse más por debajo de la sábana, sintió que no estaba solo. Abrió ligeramente un ojo y notó la vaga silueta de su abuela ahí, sonrió cerrándolo y con su mano buscó la de ella.

    —Abu, hazme cariños en el cabello, ¿sí? —masculló medio dormido con voz casi de bebé, llevando la mano de quien creía era su abuela hasta su rubio cabello—. Me gusta que me hagas cariños.

    Él ronroneó casi como un gato cuando sintió como comenzaban a andarle en el cabello con toda la intención y se movió hasta estar sobre su regazo cómodamente. Que le dijeran lo que fuera, infantil, mimado o tonto, no le importaba, le gustaba que le acariciaran de esa manera.

    —¿Sabes, Abu? Tuve un sueño horrible, creí que había tenido que ir a ese reino de Áes Sidhe a casarme obligado y que tuve que pelear con un horrible dracfeu por una princesa... —dijo, demasiado agusto con las caricias—. Estoy enloqueciendo, sabía que vivir entre las aburridas hadas me iba a dejar sin cordura.

    —Eidrien...

    Sus ojos se abrieron de una y se levantó de un tirón hasta el otro lado de la cama. Miró a su acompañante como si fuera una aparición. —M***** —soltó viendo que no había sido un sueño y que ella de veras estaba ahí—. Tú... Tú qué rayos hacías. ¡No puedes tocarme sin más! —le reclamó indignado y rojo como un tomate por haber dado tal espectáculo.

    —Yo... —Zéphyrin no supo qué decirle, le había visto tan dormido que no creyó que haría daño hacer lo que pedía, además, le pareció tierno.

    Eidrien sintió todo su cuerpo enrojecer de vergüenza al oír sus pensamientos, comenzando a maldecir para sus adentros su don de escucharlos una vez más.

    —¿Te sientes mal? Estás rojo —preguntó ella mientras se acercaba y colocó su mano sobre la frente de él, quien no hizo un solo movimiento para reaccionar. Zéphyrin hizo un gesto de disgusto y miró sus ojos—. No pareces tener más temperatura de la normal. ¿Por qué estás así?

    —No es nada. —Le apartó y se salió de la cama. Fue hasta su clóset para buscar otra ropa—. No deberías estar aquí, mis abuelos seguro quieren verte.

    —Ya los vi, llevas horas durmiendo.
 
    Él se giró y se dió cuenta de que sus ojos estaban sobre su regazo. Arqueó una ceja. —¿Sucede algo? Creí que estarían felices porque te traje y cumplí con lo que querían.

    Ella alzó los ojos, haciéndolos coincidir con los de Eidrien y entonces fue inevitable oír lo que estaba pensando. No dijo nada al respecto, no quería que supiera que podía entrar en su cabeza, no aún.

    —Rin Rin, dime si te dijeron algo —la exigencia salió más como un gruñido que como otra cosa, no podía creer que le habían hecho pasar por todo eso para al final venir a decir que ella se casaría con otro.

    —Yo... Eidrien, yo no quiero...

    —No me importa si no quieres, dime lo que te dijeron —le interrumpió con brusquedad y Zéphyrin bajó la vista sintiéndose mucho peor. Eidrien respiró hondo para calmarse, ella no tenía la culpa de su malestar, no tenía que tomarla en su contra. Se acercó de vuelta a la cama y se sentó a su lado—. Rin Rin, la verdad —le pidió con suavidad haciendo que le mirase.

    —El rey dijo que tendría que casarme con alguien más, no sé quién es, no recuerdo su nombre tampoco, pero no quiero. Eidrien...

    —Tal vez sea lo mejor después de todo. —Se puso en pie sin querer oír más. Sabía que era lo mejor, él no podía con semejante responsabilidad—. Sea quien sea estoy seguro de que será mejor que yo —dijo, retirándose la camisa sin siquiera mirarla—. Déjame solo, Rin Rin, necesito pensar.

Losing Game (Dark Angel VIII)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora