Capítulo XXIV

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    —Compórtate, ¿eh, diablillo? —le pidió Lian, despeinando el rojizo cabello de su hijo—. No hagas que mamá se arrepienta de dejarte solo acá.

    —¿Puedo ir a ver mis peces ya? —preguntó impaciente, llevaban demasiado rato de cháchara y quería irse.

    Lian suspiró, Khan no iba a cambiar nunca. —Sí, pero con cuidado, ¿escuchas? Y vuelves directo al palacio cuando lo hagas.

    Khan saltó de alegría y casi con la misma se fue corriendo por el pasillo para salir del palacio. Al fin Violet se había dejado convencer con respecto a dejarle unos días en Ahrimán. El niño llevaba con la idea metida en la cabeza desde la última vez que habían ido. Siempre había insistido pero nunca con tanto fervor, y bueno, Lian sabía que sus abuelos le cuidarían, al igual que Eidrien, Cian y Ciel que andaban por allí, nada podría pasarle; y él quería pasar tiempo con su esposa que siempre andaba paranóica de más con lo de su hijo.

    Lo que ellos no sabían era que la insistencia de Khan se debía precisamente a que quería volver a encontrarse con su cómplice, la última vez se había olvidado por completo de preguntarle dónde vivía, así que tenía toda una tarea por delante, pero antes iría a nadar con sus peces.

    Llegó hasta su gran pecera mágica y casi con la misma se metió en ella. Tardó unos cuantos minutos en transformar su cola y casi llora, pero no lo hizo, tenía que ser fuerte para crecer rápido, siempre se lo decía. Además, su abuelo le había dicho que era normal y que dolería por muchos años antes de que ya no lo hiciera.

    Nadó entre sus amados peces dorados, viendo a su ojo celestial en soledad. Siempre le daba tristeza que estuviera solo, aunque el pez ni se inmutaba al respecto, pero su dueño quería que tuviera pareja. Se pasó horas ahí hasta que se aburrió de jugar y se salió luego de transformar su cola en piernas.

    Se secó tranquilamente y ya parecía como que nada había sucedido. Miró a su alrededor con sus manos sobre sus caderas y los brazos en forma de jarra, decidiendo a donde ir, sabía que le habían dicho al palacio pero no tenía ganas, así que fue rumbo al Ruby, que le quedaba más cerca y en donde sabía se divertiría más. Cuando casi estaba llegando notó que Ciel iba de salida, quiso llamarle pero le vio abrir las alas y volar hasta el final del islote. Corrió detrás suyo y se escondió entre unos arbustos para que no le vieran en cuanto notó a la segunda presencia en el lugar, era la chica de rojo a la cual él había bautizado como Caperucita Roja.

    Les oyó hablar en algún idioma que no entendía y luego vio como se abrazaban, el gesto hizo que se incomodara, no le gustó que le abrazara. No les siguió espiando, después de eso se largó enfurruñado sin ningún rumbo fijo, caminando cerca de los bordes de la isla. Sus ojos se percataron de los arcoiris que se formaban debajo, esos que siempre había querido surcar con sus alas, unas que aún no estaban listas para hacerlo.

    Masculló molesto algo con respecto a su madre, pero paró su camino al ver como la muerte aparecía a unos pasos de él. Otra vez no parecía notar su presencia, tenía la capucha puesta sobre su cabeza, dejándole ver solamente los crespos de su negro y largo cabello cayendo a ambos lados de sus hombros.

    —¡Tú, traidora! —le gritó arremetiendo contra ella y dándole un empujón que casi la tira de la isla, pero desapareció apareciendo detrás de él.

    —¿Khan? —la pregunta salió en sorpresa de sus labios, no se había percatado de su presencia y notó que otra vez había logrado verla aún si llevaba la capa. Los ojos del chiquillo coincidieron con los suyos, dejando ver que habían cambiado de color, brillaban violeta y el que tenía un cuarto de heterocromía había pasado a ser de color azul ese pedacito.

Losing Game (Dark Angel VIII)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora