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Estaba en la escuela esperando a mis amigas. Tenía a Aidan y a Ryan al frente.

—Bueno, ¿desayunamos? Podemos comprar algo en el comedor.

Ryan tecleaba rápidamente en la pantalla de su celular, distraído. Aidan me escuchaba en un amplio silencio.

—¿Venden cosas sin carne? Una ensalada suena bien.

—¿Qué tipo de ensalada?

En esos momentos miraba a Ryan de una manera frustrada, porque no estaba poniendo atención.

—Tierra llamando a ___ —Aidan chasqueo sus dedos frente a mi cara, lo que me hizo volver a la realidad—. ¿A qué te refieres con tipos de ensaladas?

—Es que venden dos: la de vegetales y la de frutas.

Ryan apagó su celular (por fin) y nos prestó atención. Lo miré algo seria y el me sonrió.

—Yo también quiero uno, Aidan.

—Está bien, pero ¿dónde queda el comedor?

—No sabría explicarte, Aidan. Te voy a acompañar.

Caminamos en silencio hasta que a mitad de camino le comenté algo:

—El tonto de tu hermano ni siquiera nos estaba escuchando por estar chateando.

—Ah, sí, me imagino que se trataba de Hannah.

¿Hannah? Por Dios, Aidan, si vas a contar chisme, contalo bien.

—¿Y ella quién es?

—Es mi mejor amiga y es como la novia de Ryan o algo así —se hizo el cabello a un lado y me miró—, ¿por qué?

—Nada, es que lo miré tan distraído y absorto en su celular que me pareció extraño.

—Ah, ¿estabas mirando a Ryan? —preguntó, sarcástico.

—Fue un instante nada más —suspiré. Después compramos las dos ensaladas de frutas y un refresco para mí—. ¿Pero cómo así que son medio algo?

—Porque los he visto besandose, coqueteandose y hasta escribirse cosas románticas, pero cuando la gente les pregunta lo niegan.

—Puede ser una relación abierta.

—¿Y será que eso te conviene, ___?

—Ya sé a donde vas con esto, Gallagher. Pero no me gusta tu hermanito, sólo soy algo curiosa.

—Igualmente no creo que le gustes.

Puse cara de ofendida y él se rio.

—Ni que estuviera tan fea.

—No niego que seas bonita, pero a Ryan le gusta lo pasajero, lo de solo una noche. Le gusta ser libre. Las caras bonitas no le complacen tanto como un buen cuerpo.

—¿Y a ti como te gustan, Aidan? —le pregunté cuando nos estábamos sentando junto a Ryan.

—No tengo un tipo en concreto, pero hay ciertas cualidades que me gustan —lo animé a hablar mientras Ryan solo escuchaba—. Me encantaría que fuera cariñosa, pero sin ser empalagosa; que sea sincera, pero que tenga pudor; que sea juguetona, pero que tenga respeto.

—Muchos "peros", hermanito.

—No necesariamente tiene que cumplir todo eso, sólo quiero una relación sincera.

De pronto, vi a mejor amiga viniendo hacia nosotros. Maldije; cuando estuvo a unos cuantos metros, donde los chicos ya la habían notado, ella abrió grandemente su ojos.

Se acercó hacia mí y me susurró en el oído:

—¿Quiénes son?

—Mis hermanastros —dije en voz alta y ella me pegó suavemente—. Mis hermanastros —le susurré.

—Hola.

—Hola —le dijo, nerviosa, a Aidan—. Soy Astrid Hernandez, mejor amiga de ___.

—Bueno, hola, Astrid.

—El serio es Ryan. Ellos son mis hermanastros los Gallagher. Muy lindos, ¿no?

Me encantaba molestar a Astrid porque se ponía tan roja como un tomate, debido a su tez blanca.

—Sí...

—Bueno, chicos, nos vamos.

—Hermanita —dijo, gracioso, Ryan—, vamos en el mismo salón.

—¿Y?

—Que nos vamos contigo.

Suspiré. Astrid parecía emocionada.

De todas formas, yo y Astrid íbamos juntas hablando, un poco separadas de ellos.

—Son guapísimos, pero Aidan es el mejor. El otro es tan arrogante y soberbio que ni se atrevió a saludarme, como si yo fuera un bicho raro.

—Te puedo presentar a Aidan.

—No, no. Pero mejor dime, ¿esos son los dizque insoportables hijos de Lauren?

—Sí.

—¡¿Sí?! ___, como te atrevas a no decirme algo de este tamaño otra vez, te mato.

—¿De este tamaño? ¿Como así?

—Soy adolescente, ___, y necesito saber por qué, cuándo y dónde estas con dos chicos con cara de modelo —se carcajeo como loca—. No superó como no me lo contaste.

—Apenas los conocí ayer, Astrid. Además, no te niego que también me sorprendió ver a Aidan cuando llegué a mi casa ayer.

—No, no, yo le clave primero el ojo.

—Mentira, yo lo vi primero.

—¡Pero yo lo dije primero! —gritó tan alto que los Gallagher nos miraron.

—Ya, dejemos de hablar de esos dos.

Llegamos al aula, donde ya estaba el profesor.

Los gemelos GallagherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora