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Las ansias y el nervio, me dieron insomnio. Cuando estuve a punto de dormirme recordé que al otro día iríamos a nadar en las piscinas. Cuanta fue mi sorpresa al caer en cuenta de que en mi maleta llevaba un traje de baño más parecido a un mantel que a otra cosa. Qué gran elección, ___.

Después de bañarme, vestirme y toda la cosa, di unos toquesitos casi inaudibles a la puerta de Hannah. Ella era mi última esperanza para evitarme una experiencia embarazosa. Por un momento mi afán me asordó y como resultado estaba yo, ignorando los murmullos provenientes del otro lado. Se mantenía una conversación poco amistosa. Se entreabrió la puerta y una mano se aferró a ella.

-¡Idiota! -vociferó Hannah desde adentro.

El individuo con quien discutía se detuvo y se lo devolvió con el mismo tono colérico:

-¡Me importa un carajo, Hannah. Tú y yo no somos nada, te lo dejé claro desde el principio y fuiste tú quien aceptó mis condiciones. Así que no me vengas con tus cosas!

Hannah chilló, impotente, y le lanzó a Ryan lo que parecía un bolso de mano. Desafortunadamente, este lo esquivó y el bolsito me cayó en toda la jeta. Estaban tan sumergidos en su despelote que no se dieron cuenta.

-¡Imbécil!

-Oigan... -susurré, sintiéndome la única persona sensata en el momento, aunque no perteneciera mucho. Recogí el bolso de Hannah.

-¡Bruta!

-¡Crápula!

-¡Cabrona!

-¡Ojalá te dé diarrea!

-¡Ojalá se te caigan las tetas!

-¡Ojalá que ya no se te pare!

-¡Qué te den, maldita!

Ja, ja, ja.

-¡¿Pueden parar?! -decidí interferir antes de que saliera algo peor de sus bocotas. Temía que los demás pudieran escucharlos.

-¡NO! -me respondieron ambos en unísono.

-Pues a mí me vale verga si van a seguir peleando, yo sólo necesito decirle algo a Hannah en privado.

La puerta se abrió completamente y pude ver el interior del cuarto. Ella estaba envuelta en una sábana; no tenías que ser demasiado observador para percatarte que debajo de la tela no había nada. Instantáneamente, busqué con la mirada a Ryan. Llevaba mal puesta la camisa, el pantalón casi cayéndose y los zapatos en la mano. Al rededor de su cuello permanecía su cinturón y un poco a la izquierda un chupetón que, calculándole, se quitaría en una semana. Aquí hubo coito, señores.

-Yo mejor me voy.

-Nos vamos -el gemelo trató de agarrarme el brazo, pero lo frené.

-Tú te quedas a resolver tus problemas matrimoniales -espeté con más saña de la que había planeado sonar. Ryan se mantuvo serio. Fue la primera vez que lo vi dispuesto a no reprochar.

No, no, no, ___, a menos que quieras ir a nadar desnuda, vas y le prestas un traje de baño a Hannah. Fuerzas, Señor, dame fuerzas. Rodeé a Ryan, caminé hasta la puerta y desde ahí le hablé a Hannah.

-Oye, Hannitah, ¿me puedes prestar un traje de baño? Olvidé traer uno y, como verás, no tengo complejo de nudista.

Silencio. Hannah no me respondió, pero se escuchaba como caminaba al rededor de la habitación. Miré un rato a Ryan; se acomodaba el cabello, pero, por la forma en la que lo hacía, parecía querer arrancarse la pela.

-¿Hannah?

-Sí, sí, sí, tengo uno extra. Te lo doy en los vestidores de las piscinas, espérame allá.

Los gemelos GallagherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora