Los gemelos Gallagher

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Cuando llegamos no hicimos nada emocionante. Sacamos las maletas del auto. De hecho, Hannah obligó a Ryan a que cargara las suyas. De verdad que si no los conocías y los veías parecían amigos, no exnovios. Tenía algo de sentido, ya que no eran novios novios. Bueno, a mí me debería dar igual

Después de inspeccionar la cabaña y darnos cuenta que era una maravilla, Aidan se ofreció a cocinar la cena.

—No sabía que cocinabas, Gallagher.

—Bueno, ahora ya lo sabes —una coqueta sonrisa salió de sus labios. Estaba sacando las ollas y el cucharón que iba a utilizar—. Les haré una pasta.

—¿Qué tipo de pasta?

—Penne.

No pude evitar desinflarme de la risa. Aidan no lo comprendió y tampoco se lo expliqué. Él sólo me miraba con cara seria. Creo que tenía ganas de darme en la cabeza con la cacerola. Me senté en uno de los taburetes, expectante. De repente, aparecieron Ryan y Hannah.

—Bueno, bueno, ¿qué están haciendo?

Aidan no le respondió a su hermano, sino que puso a hervir agua. Parecía un chef profesional y toda la cosa. Aprovecharon para sentarse. Quedé en medio de la pelirroja y el ojiverde. Qué buen momento para caerme del banquillo. Aidan cortó una cebolla a la mitad y la hizo cuadritos. 

—¿Qué género musical es tu favorito, ___? —preguntó prolijamente Hannah

—Creo que pop, pero a veces escuchó salsa.

Aidan echó el agua hervida sobre la olla de la pasta. Hannah alzó sus cejas.

—¿Salsa? ¿No es un tipo de baile?

—¿No es un aderezo? —creo que no necesito aclarar que ese fue Ryan.

—Sí, también lo es. En mi caso, me gusta más escucharla que bailarla.

—Es muy raro encontrarse a alguien que le guste... De hecho, yo no sabía que era un tipo de música —rio ligeramente.

—Ahora ya lo sabes —mascullé, imitando un poco a Aidan. Este sólo me dio una mirada que resaltaba mucho más sus ojos verdes. 

Conversé un poco más con Hannah, pero la verdad no la escuché con esmero. Muchas veces mi vista se desvió hacia nuestro cocinero. Aidan con un cuchillo, Aidan con aceite de oliva en la mano, Aidan abriendo y destapando ollas. Aidan, Aidan, Aidan.

—Carajo, se acabó la pasta —gruñó.

—¿Y eso en qué afecta? 

—Una persona no comerá.

—Todavía no veo el problema.

—Ya lo verás cuando tú seas el que se esté muriendo de hambre.

Qué cagada. Las tiendas veinticuatro horas quedaban afuera del resort. Nadie se levantó. Aidan hizo una mueca.

—Yo voy.

Una exhalación de alivio.

—Qué bueno, porque yo no quería ir.

Una expresión de inconformidad.

—¿Quién dice que no irás? Por lo menos acompáñala.

—Jódete, Aidan.

[...]

—¿En serio sabes conducir? —me preguntó por vigésima vez con el mismo tono de sorpresa que en la primera.

—Sííí, Ryan. Qué poca fe me tienes. Lo primero que hice al cumplir dieciséis fue sacar la licencia de conducir.

Lo que no le dije a Ryan fue que tuve que repetir el examen tres veces. Si le hubiera dicho seguro salía corriendo y no habría sido tan divertido ir a comprar pasta sola. Pero, ya saben, si chocábamos era su culpa.