17 | A la entrada del infierno

1.7K 186 192
                                    

Se acercaba el cumpleaños de Damon y, a pesar de que el chico no quería celebrarlo, yo no dejaría que pasara desapercibido. En el vagón del metro, refugiada en mi cárdigan mostaza, de pie contra la barra, le comenté a Gabriel que no sabía qué regalarle y este, en un bufido, me preguntó por qué querría regalarle algo.

—No sabe qué es un cumpleaños —protestó—. Nunca ha tenido uno.

—Por eso.

—No le hace falta —soltó—. No significa nada para él. Y no te agradecerá nada de lo que hagas por él.

Aquella noche, cuando bajé de ducharme para tomar el té que normalmente Damon preparaba, descubrí que Gabriel no estaba. Revisé su dormitorio y el sótano, y al no encontrarlo, me adentré en la sala. Damon tenía sus libros de anatomía abiertos sobre la mesa, pero pasaba las páginas sin interés.

—¿Dónde está Gabe? —pregunté.

Damon giró la cara hacia mí. Vio mi cabello mojado, que goteaba sobre los hombros de mi suéter gris, y torció la boca.

—No sé. No soy su guardián.

Puse los ojos en blanco. Era común que mantuviese la monotonía en la voz, pero no que sus palabras cortasen el aire.

—¿Tienes que contestar tan a la defensiva?

Damon arrugó una comisura con desprecio.

—No sé dónde está. Si quiere ser un imbécil, yo puedo ser peor.

Como no me explicaría por qué estaba tan resentido contra Gabriel ni yo tenía manera de contactarle, tuve que esperar a que regresara. Bien podría haberse ido. Damon no quiso cenar; yo, a pesar de que se me pegaban los ojos por el sueño, me quedé en la mesa del comedor, terminando de rellenar los informes sobre los niños y preparando las últimas lecciones de la siguiente semana. Tendría una visita a la iglesia ese domingo y otra al albergue.

De medianoche pasó a ser la una.

En cierto momento, revisé mi teléfono y eran las dos menos cuarto. Me quedé dormida en algún punto de la madrugada, aunque la angustia se removía dentro de mi estómago cuanto más pensaba en Gabriel. Sin darme cuenta, acabé cruzando los brazos sobre la mesa y recargando la cabeza para cerrar los ojos un minuto.

Las llaves girando en el cerrojo me despertaron.

Gabriel empujó la puerta a las cinco y cuarenta y cuatro de la madrugada, y yo alcé la cabeza. Ni me había cambiado ni quitado el maquillaje; mi cabello, enmarañado, dolía de haber permanecido tantas horas recogido.

—¿Dónde estabas?

Como si no entendiera qué hacía allí, esperándolo, Gabriel cerró tras de sí. Había arqueado las cejas, extrañado.

—¿Por qué estás despierta? —inquirió, y yo, incrédula, me encogí de hombros.

—No sé, porque son prácticamente las seis de la mañana y no me avisaste de que te irías —le reclamé, aunque me controlé para no alzar la voz porque Damon debía de estar dormido—. No es un hotel, Gabe. No puedes entrar y salir sin...

—Oye, tranquila —me cortó, mostrando las palmas de sus manos con su inocencia de siempre; se había parado ante mí, al otro extremo de la mesa—. Eskander me consiguió un trabajo. Bueno, una entrevista. Fui y me pidieron quedarme esta noche. ¿Cómo pretendías que te avisara?

—¿Vas a trabajar de noche?

—¿Quieres que trabaje o no?

De nuevo, el tono ácido y desafiante resurgió.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: a day ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

𝐆𝐚𝐛𝐫𝐢𝐞𝐥 #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora