sí, mi capitán

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Francesco.


Me siento en el sillón azúl de Laurel.

—Bueno, ese color está mejor—opino.

Mi voz parece que la saca de un trance provocando que asienta frenéticamente.

—Si... Te ofrecería algo de comer, pero la verdad es que tengo la despensa vacía. Al menos que te encante el pan tieso.

La noto un poco tensa. Achico los ojos viéndola atentamente. De solo un vistazo al llegar noté que había pasado mucho tiempo llorando. Tenía un aire de tristeza, pero de esas que joden.

—Lau, ¿Que pasa?—pregunto finalmente.

Camina y se sienta a mi lado, mirándome, y carajo, se ve cómo una chiquilla perdida. Siento mi garganta encogerse.

—Mi madre y Aiden me traicionaron, pero de la peor y asquerosa forma posible. Llevaban tiempo acostándose a mis espaldas—murmura en un tono de voz tan bajo que me sorprende haberla escuchado.

Noto lo mucho que le cuesta decir eso. Voy a hablar pero me corta antes de que siquiera diga nada.

—Pero lo que más jode, lo que me enerva, es que ni siquiera les importaba lo que yo sentiría—contiene sus ganas de llorar— Hoy vino Aiden, y, ¿Sabes lo que dijo el muy desgraciado?, Que solo se acercó a mí porque quería llegar a mi madre, que en realidad la que le gustaba era ella—dice luchando contra las lágrimas que quieren escaparseles.

El corazón se me encoge y mis manos pican con ganas de abrazarla. Aprieto la mandíbula conteniendo las ganas de ir y partirle la cara a ese desgraciado. Laurel no se merece eso, es una gran chica. No debería estarle sucediendo esta barbaridad. No merece pasar por esto y eso es lo que me enfurece.

—Oye Lau, eres una gran chica y el es un imbécil.—tomo su cara entre mis manos— Un maldito imbécil por no ver la bonita chica que eres por fuera y por dentro y valorarlo—se le escapa una lágrima y la limpio con el pulgar— Créeme que eres suficiente, mucho más de lo que cualquier hombre querría y necesita. Pequeña, eres y serás la chica ideal con que todo hombre sueña.

En especial, con la que yo sueño.

Rompe a llorar y me preocupo. ¿Dije algo mal?. De repente me da un abrazo y me apachurra contra ella.

—Dios Francesco, eres increíble, gracias—murmura en mi hombro.

—No es nada Lau—le acaricio la espalda lentamente con la palma de mi mano, esperando mostrarle mi apoyo.

Se separa de mí y me queda mirando unos segundos. Trato de no mostrarme nervioso. Carraspeo.

—¿Sabes cuál sería el colmo de un carpintero?—pregunto de repente.

Laurel piensa un momento y niega con la cabeza. Le pulo mi mejor sonrisa.

—Llamarse Armando Casas.

‌Por un momento me queda viendo fijamente, seria. Luego comienza a reírse a pata suelta, cosa que me hace sonreír contento, dándome palmaditas mentales por subirle el ánimo.

—Dios... Esto... Joder, que chiste tan patético—dice sin aliento.

Me cruzo de brazos, ofendido.

—¿Entonces por qué te reíste tan escandalosamente?—pregunto enfurruñado.

Niega con la cabeza, divertida.

—Por tu pésimo intento de librarte de la tensión.

De repente le gruñe la tripa. La miro achicando los ojos.

—Que no se me pasa que te he visto más delgada. Debes comer bien.

Me saca la lengua. Infantil.

—Pues si no quieres que me muera de hambre, y quede como un huesillo—Dramatiza— Ve a comprarme algo de comer entonces.

—Yo no iré. Vamos a ir a comprarte comida para que llenes esa nevera, no se puede ir por la vida desayunando un vaso de agua—tajo, serio.

Laurel se levanta y se lleva la mano a la frente en un saludo militar.

—Como ordene mi capitán.

La miro sin una pizca de diversión.

—¿En serio Laurel?

—Ya pues. Déjame bañarme y luego salimos.

Se echa a andar por el pasillo, que imagino que da con la habitación. Oigo que murmura:

—Luego dicen que la amargada soy yo.

Me quedo unos minutos mirando a los alrededores. Me doy cuenta que al frente de mi hay un cuenco con cereales sin terminar. Hago una mueca.

De verdad me da impotencia no poder hacer nada para evitar que laurel pase por esto. Esa chica no se merece que un patán cómo Aiden llegue y destroce sus ilusiones de un momento a otro. Nunca me cayó bien ese desgraciado, emanaba un aura extraña, siempre supe que no era de fiar.

No sé que pasaba por la cabeza de la señora Liria al ni siquiera pararse y preocuparse por lo que su hija sentiría, el dolor y decepción que le causaría a Lau.

Me da impotencia mirarla y notarla decaída. ¡Maldición!, Haría cualquier cosa por sacarla de aquel estado.

De repente, se me ocurre una idea, lo que me hace sonreír entusiasmado.

Me levanto y decido ayudar con la limpieza de los platos que tiene sin lavar para entretenerme. Justo cuando estoy secando el último, Laurel aparece. Me quedo paralizado admirando lo tierna y preciosa que se ve.

Trae puesto una sudadera rosa claro que para algunos se le antojaría muy grande pero que a ella se le ve perfecto. Un pantalón negro ajustado que le llega a la mitad de los muslos,  unas zapatillas rosas  y su cabello atado en una cola de caballo.

Se ve... Perfecta.

Trago duro y con lentitud coloco el plato en su lugar. Lau me ve con una sonrisa maliciosa.

—Vaya, parece que he dejado a alguien sin aliento.

Siempre lo haces, pequeña.

—Eh... Sí—carraspeo—¿Hay algún supermercado cerca por aquí?—pregunto.

Laurel asiente, se dirige a la nevera y saca un manzana. Le pega un mordisco y me mira.

—Si, a unas dos cuadras—murmura finalmente.

Asiento distraídamente.

—Bueno, hay que apurarse entonces. Vamos coge las llaves y salgamos.

Laurel se apresura a cogerlas y me sigue cuando comienzo a andar. Abro la puerta y me hago a un lado para que salga ella primero cerrando detrás de mí. Cuando justo damos un paso se abre la puerta que queda justo al frente y sale un chico moreno.

Se cruza de brazos y mira un momento a laurel, luego le sonríe, divertido.

—Me dijiste que no eras ruidosa—le dice.

Frunzo el ceño, intrigado. Laurel lo mira apenada.

—Perdon, es que tuve un percance esta mañana. No volverá a pasar—se disculpa.

—Y vaya percance—murmura.

Los miro el uno al otro, incómodo. El moreno me mira, por fin dándose cuenta de mi presencia.

—Ah, hola, soy Joshua—se presenta con una sonrisa.

— Francesco.

El asiente y con un movimiento de mano se despide y entra a su apartamento. Laurel me mira con una mueca incomoda.

—lo conocí ayer en el ascensor—explica—Pero vamos.

Se apresura a andar y la sigo. Nos adentramos al ascensor. Cuando las puertas de metal se cierran la veo removerse, inquieta. Yo procuro ni respirar. ¡Joder!, Que nervioso estoy.

Siempre estás nervioso si se trata de ella, imbécil.

Sonrio para mis adentros.

***

:+)

Su MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora