amigos enamorados

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Francesco.


—Ajá, entonces lo que me estás diciendo es que has salido con Laurel... Ya dos veces—dice mi mejor amigo, Martin. No me ha creído, le parece algo imposible. No sé si debería ofenderme.

Asiento con gesto aburrido, dándole dos sorbos a mi café.

—Laurel... La misma Laurel que trabaja contigo—vuelve a repetir, incrédulo—. Con la chica malota que te había rechazado un milenio de veces.

—Sí, Martin. La misma. ¿Podrías por favor dejar de hacerte el sorprendido?—digo enfurruñado.

Él se ríe, dándome una palmadita en el hombro.

—Perdona hermano. Es que es fantástico... Joder, tal vez y hasta consigues enamorarla.

Niego con la cabeza. Ojalá.

—No lo creo. Es que está pasando por un momento difícil... Creo que por eso ha aceptado salir conmigo sin más, porque era cómo una especie de distracción.

Y se que es así, ¿Por qué más sería?. La había invitado a salir un millón de veces en el pasado y me había rechazado en cada oportunidad. El día en el café debió de estar desesperada por distraerse y por eso acepto tan rápido.

Martín se levanta y deja el dinero de la cuenta en la mesa. Pasa por mi lado, dándome un golpe en la frente. Me levanto, siguiéndole.

—No seas ridículo Francesco. Al menos agradece que salió contigo. Porque ella se ve del tipo de chica que no acepta salir con alguien por más desesperada y triste que esté.

—Bueno, en eso tienes razón—reconozco.

—Lo sé, siempre la tengo—dice orgulloso. Volteo los ojos—. Ahora para que veas que te tiene en alta estima, vamos a pasar por un pastelería, le compras un jodido pastel y vas a su casa. Sí no te corre en un lapso de veinte minutos, es que te considera alguien de su agrado.

Asiento. Es un buen plan. ¿Que pierdo con intentarlo?

—El de tres leches—digo, ido. Pensando en cada una de las reacciones que podría tener Laurel al verme en el umbral de su puerta.

—¿Que dices?—pregunta, confundido.

—Que a Laurel le gusta el pastel de tres leches. Es su favorito.

—Joder hombre, a veces das miedo.—finge estremecerse.

Me limpio el sudor de la frente, contemplando la puerta del departamento de Laurel.

Joder, quizás a sido mala idea. Ni siquiera le había avisado con antelación que vendría. ¿Y si llego en mal momento?, No sé, tal vez esté bañándose. O pintándose las uñas, o arreglándose el pelo. A las tías no les gusta que las interrumpan cuando y están haciendo ese tipo de cosas, ¿No?

Joder, parezco un pelele aferrandome a cualquier excusa para no llamar a la puerta.

La misma oportunidad no se presenta dos veces en la vida, cariño. Debes tomarla por los cuernos, o crear una. Pero jamás rechazarlas, porque luego te arrepentirás pensando en un "Y si hubiera...", no hay nada peor que eso.

Asiento recordando el consejo que una vez me dió mi madre. Respiro hondo llenandome de valor.

Hazlo de una vez.

Levanto la mano y toco la puerta con los nudillos, cambiando de peso de un pie a otro cuando escucho unos pasos provenientes dentro del depa y un:

—¡Ya voy!, ¡Espera un momento!

Su MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora