#2. Desbordando pasiones

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Haber pasado por tantas humillaciones en su vida le estaba pasando factura a su rostro de porcelana. Siempre se destacó por ser una mujer que aparentaba menos edad de la que en realidad tenía, pero últimamente solía sentirse como si tuviera ochenta inviernos en sus hombros. Estaba metiéndose entre los escombros de telarañas dejados a su paso, intentando averiguar cómo terminar de arreglar su vida que parecía más enredada que un laberinto sin salida.

La mitad de su vida quedó atrapada entre cuatro paredes que eran la viva imagen de la soledad, de las cicatrices que arañaban su alma cada día con más fuerza. Ingenuamente pensaba que el día que saldría de esa terrorífica celda, el recuerdo de esas cenizas que alguna vez tenían el nombre "felicidad" iban a resurgir, pero todo eso solo era un espejismo que la ayudó a sobrevivir tantos tragos amargos.

Ahora, estaba sentada en el sillón de la sala de su casa y con su mirada fija en el retrato en blanco y negro. Esa mujer que era transparente como el aire, que no tenía cuerpo, corazón, ni futuro, tenía una historia falsa que era más fuerte que su propia verdad. Estrujaba con fuerza la almohada que tenía entre sus manos para espantar la creciente tristeza que comenzaba a atacar sus ojos, pero era tan inútil. Al menos ese cuadro no tenía voz, no podía rasparle más la garganta seca, pero la que si esperaba bailar sobre la pólvora que quedó de las ilusiones de la mujer de ojos color esmeralda, hizo su acto de presencia.

La hermana de su marido.

Su eterna enemiga, vestida en su pijama color azul oscuro, venía para terminar de quebrarle la poca paz que encontraba en esa casa de locos.

- Es hermosa, ¿no crees? - dijo Lucrecia, bajando las escaleras para acto seguido sentarse en el cómodo sillón.
- ¿De dónde la sacaste? - preguntó Marcia en un hilo de voz, aunque pestañeaba con rapidez para ahuyentar el cúmulo de lágrimas que estaban a punto de caer.
- Hmm.. - hizo un ademán como para restarle importancia a la pregunta. - Lo importante es que ella fue mi aliada más fuerte para borrar tu recuerdo, tu rostro y tu rol en mi familia. Es el arma más mortal que tengo para que todos te odien y para que entiendas de una buena vez que tu lugar aquí se esfumó el mismo día que pisaste la cárcel.
- Tú eres la única que no se da cuenta que vine para quedarme. Que regresé y que soy la esposa de Esteban - le propinó una risa burlona. - La obsesión perversa que tienes con mantener el control sobre mis hijos y las decisiones de tu hermano te impide ver que soy capaz hasta de perdonarle a Esteban con tal de que no te salgas con la tuya.
- El que no te va a perdonar a ti es él, tu traición lo mató en vida y fui yo la que reconstruyó su felicidad - susurró, cerrando los ojos. - Yo crié a Hugo y Lucía, lo atendí, cuidé la casa y fui la señora hasta que volviste para usurparlo todo.
- Siempre supe que querías a Esteban de una forma rara, pero jamás logré dimensionar lo perturbada que tienes la mente - hizo una mueca de asco, volteando la cara.
- ¿Cómo te atreves a inventar semejante infamia? - vociferó, tomándola del cuello. - No se te ocurra repetir esto en frente de alguien, porque no sabes de lo que soy capaz de hacerte.
- Créeme que no soy tan ingenua - tiró de las manos femeninas que tenía brutalmente pegadas a su yugular. - Defenderé a mi esposo de tus locuras a costa de lo que sea, porque a pesar de todo es el padre de mis hijos y nadie se merece enterarse de una verdad tan asquerosa. El día que se le caiga la venda de los ojos y se cure del veneno que lo atormenta por tu culpa, tú obtendrás lo que te corresponde - agregó, fulminándola otra vez. - Mientras tanto yo me voy a encargar de que las cosas cambien en esta familia, familia que un día me terminaré ganando.
- Lo que tú digas - le guiñó con el ojo izquierdo y se retiró a su habitación, dejando a una Marcia en shock por lo que acababa de pasar y mirando en dirección a su hija, que estaba apoyada sobre el barrandal en el piso superior, observando la discusión que  protagonizaban su tía y su madrastra.
- Señora, una pregunta - suspiró altanera. - ¿Usted tiene dignidad?
- Mira Lucía, siempre estoy dispuesta a soportar tus reclamos sin fundamento y a aguantar tus groserías, pero no es un buen momento - masajeaba la puente de su nariz con el dedo índice. - Ya tuve suficiente por esta noche, me siento mal.
- Justo por eso estoy cuestionando sus acciones, porque parece que está viendo la tormenta y no se hinca. Se hace la fuerte, la inquebrantable y mi papá utiliza eso para lastimarla - le acarició suavemente el mentón, para que ella levantara la cabeza. - A mí dudo que alguna vez usted pueda provocarme un sentimiento bonito, pero soy humana y veo que está sufriendo como condenada a muerte.
- Yo.. - las palabras simplemente no le salían de la boca y se limitó a escuchar a su pequeña, que le hablaba con cierta mezcla de lástima y odio.
- Si tanto confía en el señor Lombardo, ¿por qué está durmiendo en la sala? - añadió, agachándose para mirar cara a cara a la mujer que yacía sentada con una cascada de lágrimas atacando la pálida piel.
- Es que quiero que ustedes vean que no me casé con su padre ni por dinero, ni por un chantaje absurdo.
- Nuestra opinión no vale la pena, acá lo importante es lo que usted sienta. Mi padre es mi adoración, pero eso no quita que él puede ser el ser más insensible del planeta si así se lo propone, lo sabré yo.. - afirmó triste, contagiada por las lágrimas de su madrastra. - Sabe, aunque yo la desprecie siento que es la única persona que entiende la dureza con la que ese señor trata a la gente.
- Mira, él no es malo. Simplemente, las personas que lo rodean son una bola de buitres que se han encargado toda su vida de beber de su fortuna y mentirle. Mentirle tanto que él construyó una coraza, una armadura que no le permite amar y nosotras dos hemos sido el daño colateral de su furia - suspiró con pesadez, tener esta conversación no era nada fácil, pero era la única manera de desahogarse.
- ¿Por qué no habla con mi papá y le demuestra que lo quiere? Quizá a usted le funcione, porque a mí me va como en feria cada vez que trato de acercarme a él. Me rechaza, me aleja. He llegado hasta a pensar que no soy de su sangre.. - susurró la niña que ya estaba prácticamente hipando sobre las rodillas de su madre.
- Jamás vuelvas a repetirlo - tomó su rostro en sus manos, limpiándole las lágrimas acumuladas. - Tu papá te quiere, solo que por cuestiones del pasado se rehusa a demostrártelo a veces. No te puedo contar más, pero yo me voy a encargar de que él cambie su actitud contigo. Promesa de madrastra - sonrió por primera vez en la noche, acomodando su cabello de un lado.
- Ay no, ¡eso sonó muy feo! - empezó a reírse a carcajadas, levantándose ya que tenía las piernas un poco entumecidas por estar tanto tiempo en aquella posición. - Hablando en serio, no me atrevo a pedirle un favor después de cómo me he portado con usted, pero de verdad lo necesito. En cambio, yo le prometo que trataré de ayudarla a que se gane un lugar aquí como la señora de la casa y que seré lo menos hiriente posible.
- Gracias - exhaló el aire que tenía atorado en su garganta. - ¿Puedo darte un abrazo? - cuestionó con cierto miedo.
- Vayamos poco a poco, ¿sí? - le suplicó. - Todavía tengo que pensar bien las cosas y curar la abstinencia que me surge cada vez que dejo de ver el mundo por los lentes de mi tía Lucrecia. Estoy acostumbrada a que ella destile veneno a cada paso que da y es extraño salirme de su influencia y pensamientos retrógrados - sentenció, extendiendo su dedo meñique. - Por lo pronto, debemos sellar nuestro pacto.
- ¿Cómo?
- Pinky promise de que ya nos vamos a llevar mejor - volvió a levantar el dedo.
- Pinky promise de que un día te vas a dar cuenta que no soy una bruja de cuento - la pelirroja imitó la acción de su hija y ambas se retiraron a sus respectivos cuartos.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora