#36. Alcatraz

776 82 68
                                    

Rendirse nunca formó parte de su reducido vocabulario de opciones. Por más que sufría los azotes del látigo de su maldito destino, siempre terminaba encontrando una migaja de esperanza que le permitía disminuir las secuelas de aquellos golpes.

Desde que tenía uso de razón tuvo que ingeniárselas para combatir esa nube negra que levitaba sobre su cabeza, esa que comúnmente llaman "mala suerte".

No se trataba de una mala racha, un mal día o un mal momento.

Cada pequeña fracción de su ciclo tormentoso llamado vida se reducía a oler los estragos que habitaban en su interior, implorándole que deje de rellenarlos con tristeza. Ella trataba de huir de esos recuerdos espantosos, de la injusticia que ultrajó sus esperanzas cuando era joven y del hecho doloroso de que ahora era la madrastra de sus propios hijos.

Quizá esa palabra de nueve letras no siempre tenía mala connotación, pero para ella era sinónimo de un crucifijo que le hielaba la piel y la dejaba moribunda, aún estando completamente sana. Lo que para sus hijos eran unos merecidos insultos dichos a una persona digna de recibir todo su odio, para la pelirroja eran una nueva sentencia, una más potente y desgarradora que la primera.

Buscando un rincón solitario en aquella enorme e infernal mansión, decidió salir al jardin y acostarse en el columpio que, por alguna extraña razón, divisaba por primera vez. Nunca antes se le había ocurrido pasear por esa esquina del patio, ya que este era abrumantemente gigantesco y la última cosa que pasaba por la mente de la ojiverde era examinar el exterior de la que ahora denominaba su casa.

Parecía que finalmente, ahí, podría desahogar sus penas a solas y sin tener que sentirse asechada por los miembros de la familia, los cuales, exceptuando su cuñada menor y su hijastro, se dedicaban constantemente a amargarle la vida. Clavó sus ojos en el cielo carente de estrellas y tembló un poco al escuchar el sonido de un trueno, a la par que un par de lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

- Marcia - tocó suavemente su hombro, cuidando de no asustarla ya que ella parecía estar en estado de trance. - ¿Tienes frío? - cuestionó y sin esperar respuesta la tapó con una manta, ella estaba tiritando, pero obviamente no le prestaba atención al asunto.

- Gracias - contestó, saliendo de su estupor. - ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Parece que han pasado horas.

- Realmente no sé, acabo de llegar a casa - explicó, escondiendo sus manos detrás de su espalda. - Lamento no haber estado presente cuando los niños te dijeron todas esas cosas horribles y te faltaron el respeto de una manera tan injusta - agachó la mirada, volviendo a subirla cuando notó que la ojiverde al fin se había animado a encararlo.

- Ajá - musitó, mordiéndose el interior de la boca para evitar exasperarse.

- Toma - estiró la mano para regalarle su flor favorita, la cual había sacado minutos antes del jarrón que se ubicaba justo abajo del retrato de la supuesta madre de sus hijos. - Tal vez sea algo tonto, pero los alcatraces siempre te ponían de mejor humor cuando solías estar triste.

- ¿Crees que una flor logre reconstruir las ruinas en las que se ha convertido mi vida? - borró los rastros de lágrimas secas que todavía brillaban cerca de la comisura de sus ojos y endureció el semblante. - Es un poco bizarro pensar que el nombre de mis flores preferidas es homónimo al nombre de una antigua cárcel, ¿no crees? - expresó con desdén, agarrando los bordes de la manta para cubrirse mejor.

- Es una mera coincidencia, una casualidad del destino, quizá - encogió los hombros, procediendo a sentarse al lado de la pelirroja.

- No creo en las casualidades - acercó la planta a su nariz, permitiendo que sus fosas nasales se inunden de ese peculiar olor. - Siento que estoy predestinada a llevar mis rejas a donde quiera que voy, a que siempre, siempre que creo que puedo tomarme un respiro algo se interpone en mi camino - sumergió la mirada otra vez en el cielo negro, tenuamente alumbrado por los truenos que anunciaban una inminente tormenta.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora